La escritora y periodista Valeria Tentoni entrevistó al autor de este libro de cuentos editado por Eterna Cadencia. «Yo quiero que el texto narrativo sea un tembladeral», dijo el autor al respecto.
La periodista y escritora Valeria Tentoni entrevistó a Jorge Consiglio, autor de Villa del Parque para el blog de Eterna Cadencia, librería y editorial de Palermo.
A Consiglio no le interesa impermeabilizar las historias que cuenta, llevar a nadie hasta un final más o menos redondo. «A veces las cosas se van de las manos. Hasta lo más inofensivo se vuelve una amenaza», escribe. Una simple basurita en el ojo de alguien puede implosionarlo todo de un momento a otro. «En ficción trabajo a partir de los detalles, pero pasa también viviendo, que lo único que hacés es interactuar a partir de los detalles, de los fragmentos del otro. Sería demasiado pretencioso creer que podés acceder a algún tipo de totalidad; siempre estás en un horizonte de ignorancia», resume. Una tirada de dados jamás abolirá el azar, podría haber desparramado en una hoja, apunta Tentoni en el texto que hizo para EC.
La violencia («el gran misterio», como la definió en alguna oportunidad), la perversión, la enfermedad y el encierro, algunos de los temas recurrentes en su obra —que incluye libros como Pequeñas intenciones, El otro lado y, su última novela, Hospital Posadas, además de múltiples reconocimientos y premios— regresan en Villa del Parque, prosigue la autora antes de las preguntas.
—Venís de un título como Hospital Posadas, también una localización puntual, ¿de dónde salió Villa del Parque?
—A Villa del Parque lo tengo como una especie de territorio idílico. Viví mi infancia y hasta que tuve unos veinticuatro años ahí, después me vine más para el centro. Tiene la estructura de un pueblo, y algo de territorio ficcional también para mí. Las ficciones del libro no transcurren en Villa del Parque, pero sí hay como una especie de clima o atmósfera de lugar pequeño. El libro tenía un primer nombre, Diagonal Sur, pero hay un libro de Villoro que se llama así entonces nos corrimos. Y este surgió un poco hablando con Hernán Ronsino. La construcción de Villa del Parque como zona idílica tiene que ver con estar alejado pero no tanto. Es decir; estás en un barrio, una especie de cosa nuclear, amparadora, de distancias a pie, al mismo tiempo lejos del centro, lo que te poluciona. Lo recuerdo a mi viejo trayendo historias del centro, como si viniera de Siberia; laburaba en una oficina y en la sobremesas contaba anécdotas de su día. Era una distancia ficcionable, y él quedaba como emisario. De hecho, él fue el que empezó a traerme también libros. Había una librería en Carlos Pellegrini y Corrientes, en la esquina, Kapeluz, donde tenían una colección que se llamaba Iridium, una que competía con la Robin Hood. Pasaba por ahí y me los compraba, y de algún modo era como que «venían de otra parte». Por eso digo que es un territorio idílico: yo no podría volver a vivir a Villa del Parque, es uno de esos lugares a los que se vuelve con la memoria, una especie de fantasía recurrente frente al quilombo diario.
—Pienso en el personaje del relato «Viajar, viajar», que vuelve a su pueblo. Y en cómo le va.
—No sé si línea a línea se corresponde pero sí, hay algo de esa atmósfera. Es cierto que es un personaje al que no le va bien en ese regreso a la casa de sus padres, a la que vuelve para ponerla a punto y venderla. Tiene que ver un poco con ese clima; mejor que esos lugares permanezcan como una entelequia y que se regrese como recuerdo.
—Hablaste de Villa del Parque como de una periferia: tus personajes también siempre están en el borde, dando pasos inesperados, a punto de convertirse en monstruos pero no del todo.
—Creo que esa cuestión está en todos los personajes. Esa tensión entre la humanidad y el punto de fuga hacia la violencia y la perversión, es una alquimia que los vuelve verosímiles. Es una estrategia. En el primer relato del libro, «Diagonal Sur», lo que yo pensé fue en reescribir «El sur». Y en qué pasa con el tema, más que de la violencia, de la cobardía y la gallardía. En «El sur» el tema es más bien «si te tocan el apellido», ¿pero qué pasa con la violencia cuando te bajás a matarte con alguien que es nadie, por nada, en medio de la calle, como ahí, por una mala maniobra en el auto? Lo que intentaba responderme es qué pasa con la violencia cuando es repentina, cuando es súbita, cuando no está programada. Es tan pura, tan genuina, tan falta de escena… Casi más que el sexo, porque incluso en el sexo como pulsión hay escenografía, hay estrategia, hay merodeo. Pero acá no. En este tipo de violencia hay una fatalidad; no sé si es atávica o hay un mandato. Hay una cuestión casi primaria. Por eso me parece que tiene incluso menos artefacto de relacionamiento que el sexo.
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Fotos: Tentoni y Filba