En todos los barrios -o en casi todos- hay enclaves que quizá no cumplen con el patrón estético de la zona.

Tal el caso del Barrio Inglés, que tiene como límites las avenidas Pedro Goyena y del Barco Centenera y las calles Valle (una de las más lindas del lugar) y Emilio Mitre. Son seis manzanas que trasladan al visitante ocasional a la fisonomía de algún barrio de Londres, aunque claro está, sin la mínima posibilidad de encontrar por ahí algún actor o alguna estrella de rock.

Este barrio está protegido por una ordenanza del Gobierno de la Ciudad que impide modificar las fachadas, edificar en altura y otras reglas, con la finalidad de que todo siga igual, al menos desde afuera.

Un buen plan es caminar por sus calles, donde la tranquilidad campea y el tiempo parece correr más lento una tarde de sol.  Si se quiere movimiento, no hace falta caminar demasiado. Hay avenidas donde la gente se mueve como en Matrix, pero en esas seis manzanas todo parece adquirir la cadencia lenta de una película europea.

La historia data del año 23, cuando el banco El Hogar Argentino llevó a cabo el emprendimiento. El  barrio -como casi todo lo Inglés- está asociado al Ferrocarril. Tal es así que los primeros habitantes eran los jefes del Ferrocarril Oeste.

El Barrio Inglés es un “bocatto di cardinale” para curiosos, buscadores de algo nuevo e incluso para estudiantes de arquitectura, fotógrafos o artistas en general. Las casas van desde un estilo Tudor hacia algo más ecléctico, pero todas tienen su atracción.

A veces lo barrios se vuelven estándar en construcciones -y también en quienes los habitan- y buscar lo distinto, las gemas o lo especial puede ser un buen desafío.

Tanto para el que llega casualmente perdido por alguna de las avenidas y se mete para el interior del barrio, como para el que va especialmente para salir del ruido y adentrarse en un especio diferente, el  lugar es una invitación. Está allí y espera, desde hace casi ya 100 años.