La estatua del prócer, uno de los hitos más importantes del barrio, está allí, esperando ser vista.
Esta no es una época en la que se valoren lo monumentos. Sin embargo ellos están ahí, como muestra de una historia que ha permanecido.
Hoy más bien, y no está para nada mal, las nuevas obras de la Ciudad son Olmedo y Portales, Patoruzú o Clemente, ubicadas en puntos estratégicos y muy concurridos.
Ya no se hacen, como antes, monumentos que se encuentren emplazados en la Ciudad, como son el Monumento al Quijote, o a Sarmiento, el Canto al Trabajo o el Monumento a San Martín por citar a algunos. El arte es hijo de su tiempo y se ve reflejado en lo que pueden plasmar los artistas en cada momento.
El monumento a Simón Bolivar inaugurado el 28 de octubre de 1942, es un símbolo inalterable del Parque Rivadavia. Allí, Bolivar está en su caballo, con su espada en actitud de triunfo, como si lo que lo rodea fuera el campo de batalla, aunque el parque nunca se entere y los árboles crezcan y se modifiquen con el correr de las estaciones o los niños se diviertan en los juegos aledaños.
La obra construida por José Fioravanti (uno de los autores del Monumento a Bandera de Rosario) utiliza materiales como el bronce para la figura del prócer y mármol para el gigantesco arco que contiene cuatro relieves, dos a cada lado. Simón Bolivar, además, está acompañado de dos desnudos hechos en piedra que representan la inspiración y la gloria.
Hasta aquí lo formal de la descripción de la obra. Lo cierto es que si alguien va a al parque, hay poca gente observándola. Quizá, alguna vez, un fotógrafo o un estudiante de arte. El perímetro que la rodea es más bien utilizado por skaters o niños jugando al fútbol, familias tomando mate o grupos bailando.
Muchas veces ha sido usado también como escenario de diversos festivales que se realizan en el parque. Esto, que no es criticable, a veces esconde cierta falta de curiosidad sobre los monumentos históricos que guarda la ciudad.
Y si bien es cierto que los materiales, las formas e incluso los personajes nos parecen alejados, ellos están ahí, resistiendo al paso del tiempo y de vez en cuando vale la pena detener el reloj, parar un minuto y darle una ojeada a estos hitos en el camino, que todavía tienen cosas para decir.