El equipo verdolaga tiene una leyenda con nombre y apellido: Carlos Timoteo Griguol

Hay pocos equipos a los que se los conozca por ser “el equipo de”. Uno es el Ferro de Griguol, el peculiar entrenador que le dio una impronta única al equipo de Caballito. Y no sólo eso, ese equipo ganó los dos únicos títulos de la historia de Ferro Carril Oeste: el Nacional del 1982 (de forma invicta),  y el del 1984.  Griguol era pícaro, sofisticado, trabajador e innovador. Llevó conceptos del básquet al fútbol; estaba un paso adelante. Una personalidad. Y un personaje del fútbol.

Aquellos equipos tenían grandes jugadores, que se adecuaban al esquema táctico del entrenador cordobés. Héctor Cúper, que manejaba los hilos de la defensa como si tuviera un joystic, el Burro Rocchia  (uno de los defensores que convirtió más goles en el fútbol argentino), Cacho Sacardi, que nunca paraba de correr, Héctor  Arregui, un jugador distinto desde el lugar que se lo mirara,  o el Goleador Miguel Ángel  Juárez.

 

La Revista El Gráfico supo  decir ante la irrupción del equipo verdolaga:

“El triunfo de la humildad y la modestia por sobre todo. Una muestra contundente de cómo la convicción y la unión total de un grupo puede alcanzar la cima. El trencito conducido magistralmente por Timoteo llegó bien lejos y se metió en la historia grande del fútbol argentino”.

Eso fue en el año 82. En el año 84, varios de estos jugadores se fueron, pero ese magnífico jugador que fue el Beto Márcico apareció como una estrella fulgurante.  Un jugador inteligente, que entendía el juego como pocos.

Ese ciclo fue tan exitoso que los jugadores cambiaban poco. La mayoría de los hombres de Timoteo son los que más han jugado en la historia del Club. Garré, de polémico paso por la selección en la época de Bilardo, Héctor Cúper de una clase inigualable, Los hermanos Arregui, Cacho Sacardi, Juan Domingo  Rocchia. Quizá allí haya que buscar la fórmula, en la permanencia, en la institución integral que fue Ferro, en el trabajo de grupo.

Timoteo, segundo nombre de Griguol, significa “tengo respeto a Dios”. A Timoteo lo respeto la gente, que sigue haciéndolo  hasta el día de hoy en cualquier calle de Caballito, cuando los memoriosos se juntan a revivir aquellos años 80. Y a pedir que vuelva la gloria pasada.