Son un divertimento fundamental de la infancia de ahora y de siempre. Y vale la pena repasar su historia

Una de las cosas que más les gusta a  los niños de todas las épocas es la calesita. A los padres también, porque ven felices a sus hijos, y porque reeditan la felicidad de cuando ellos mismos subían a dar una vuelta de niños.

Caballito -como todos los barrios- tiene sus calesitas que resisten al paso del tiempo. Si bien otros juegos para niños se han modernizado, tal el caso de las plazas de juegos, los peloteros, o los videojuegos, la calesita resiste, vaya uno a saber por qué.

Está bueno  darse una vuelta por las del barrio: Calesita Caballito en Rojas y Bacacay, Calesita del Parque Rivadavia Rosario y Beauchef, Calesita de José en Neuquén y Donato Álvarez y  Calesita de Carlitos en Parque Centenario.

El origen de esto que tanto nos gusta, si bien es impreciso, pude encontrarse en la cultura turca y al parecer fueron introducidas en Europa por las Cruzadas.

En Argentina, la primera calesita la encontramos  entre 1867 y 1870 en la zona cercana a lo que hoy es el Teatro Colón y los Tribunales.  Lo que sí es un invento argentino es la sortija, inspirada en las carreras de los gauchos a caballo. Se sabe: quien la saca tiene una vuelta gratis y una felicidad inmensa.

Subirse a una calesita, a un autito, a un avión o a un caballito, ver al mundo desde allí, encontrarse con la mirada de los padres, volver a perderlos por un instante, tender la mano hacia la sortija, frustrarse, festejar, pedir una vuelta más. Eso es la calesita. Una metáfora de la vida  que vendrá.