Una majestuosa estructura decoraba la Avenida Rivadavia, pero hace mucho que fue demolida.

Las ciudades cambian vertiginosamente y no siempre conservan su patrimonio.

Quizá lo que más disfrutamos cuando visitamos las grandes metrópolis es ver como ellas resguardan sus edificios más emblemáticos.

Eso que nos deslumbra en Europa acá parece no ser así. Como si el desmesurado interés comercial y la falta de interés por la conservación de la arquitectura fueran el paradigma dominante. La suerte de muchos edificios históricos fue escasa, por haber sido demolidos o, en otros casos, abandonados.

El primero de los supuestos es el que se asocia al Palacio Carú. Los memoriosos del barrio cuentan que por cincuenta años, y desde 1917, en Rivadavia 5491 en la esquina de  Añasco (hoy Nicolás Repetto), se erguía, majestuosa, esa joya arquitectónica.

En la mansión, cilíndrica y de color del chocolate, vivieron durante cuatro décadas (la misma cantidad  de tiempo que “la señora” de Arjona) Eduardo Carú y su mujer Juana Costa de Mostarcé.

En el interior de la casona había una escalera de mármol que conducía a una gran torre circular. Había, además, dos retratos tallados en la pared: el de Dante Alighieri y el de Miguel Ángel. En la puerta lo que se destacaban eran los querubines tallados por el escultor Bianchi Peletti.

Todo era señorial hasta la demolición del Palacio en el año 67. La modernidad de entonces llegó para construir edificios de departamentos. Una pena por todo lo que se perdió.

Sin embargo quien pase por la calle Rivadavia tal vez pueda escuchar alguna voz que, viniendo quien sabe de qué lugar, relate viejas historias de fantasmas que tuvieron su origen en el hoy demolido palacio. Será cuestión de estar atentos.