En tres fin de semana seguidos, El Patio de los Lecheros proyectó películas para grandes y chicos.

El Patio de los Lecheros se ha convertido en más que un enclave de la ciudad. Que se permita el juego de palabras: es un punto clave en el barrio. Y allí donde antes se reunían la gastronomía, sus sus foodtrucks y sus cervezas tiradas, con shows acústicos y productos regionales, se sumó otra actividad: a partir de mediados de febrero y hasta el 4 de marzo se desarrolló el ciclo Antojo de Cine.

La propuesta: ver una película bajo las estrellas. Con un vaso en una mano y una delicia en la otra, se pudieron ver algunos de los estrenos más importantes del 2017, con entrada libre y gratuita. Y la oferta fue variada: se proyectó El Planeta de los Simios: La Guerra y también Anina: Un misterio de ida y vuelta. Los más chicos pudieron disfrutar con Los Pitufos: La Aldea Escondida y los más valientes se animaron a ver It, el clásico de Stephen King adaptado recientemente por los argentinos Andy y Barbara Muschietti. En tres fines de semana fueron un total de once las películas que se exhibieron.

Pocos –a decir verdad y, sin dudarlo, ninguno- de los trabajadores que allá, por los años 60, poblaban la intersección de Donato Álvarez y Bacacay, habrán soñado con un futuro en el que gastronomía y cine se encuentren ese lugar. Pero hay algo que es cierto: tan importante fue esa leche que viajaba desde los campos del interior del país hasta esa estación convertida en espacio de encuentro, como la posibilidad del acceso a la cultura de forma gratuita. Es cierto: las películas no sacan el hambre o la sed. Pero más cierto es que hacen pensar, disfrutar, llorar, emocionar. Las películas alegran la vida. Y eso las hace imprescindibles.