Las enfermedades hieren, dejan una marca, abren agujeros. No solamente en las personas que enferman, sino también en todxs aquellxs que acompañan, rodean y contienen. Las enfermedades inquietan, movilizan, angustian, permiten algunos dejos de humor inesperado. Y Audre Lorde escribe desde todos esos lugares, abarcando y reuniendo distintas maneras de reflexiones sobre el cáncer. Es desde su cuerpo y desde el (con)tacto con otros cuerpos, que la rodean y cobijan. Es desde el cáncer y lo erótico, desde la enfermedad y lo vívido: Pero a partir de ahí el apoyo siempre tendrá, para mí, un conjunto especial y vívidamente erótico de imágenes/sentidos, uno de los cuales es flotar sobre un mar dentro de un círculo de mujeres como burbujas calientes que me mantienen a flote sobre la superficie. 

Audre Lorde recubre la enfermedad con un relato que acaricia y raspa al mismo tiempo, una manera de contar que pareciera salirse del libro para pinchar la propia piel, la propia existencia. Por momentos, se encarga de bocetar un relato desesperado/asombroso sobre la mortalidad (que es la de ella y la de todxs), sobre el descubrimiento de la propia finitud en una situación límite. A su vez, no olvida enunciar las condiciones materiales de las mujeres negras norteamericanas y las posibilidades de su recuperación. Al preguntarse sobre cómo potenciar/llevar vidas más vivibles, desgaja los entramados mercantiles que llevan a las mujeres a enfermar. Como si tirara flechas, direcciona la mirada hacia los entramados político-económicos del cáncer donde la preocupación/investigación está nucleada en la recuperación y no en la prevención. Porque con la prevención se desenrolla una innumerable lista de cuestiones a rever y transformar como el cambio climático, la contaminación del aire, la relación entre la carne vacuna y las células cancerosas, los hábitos alimentarios. Y ella rasga en busca de respuestas, porque allí donde falta alimento es porque faltan políticas públicas, porque allí donde la polución es la protagonista, hay empresas y gobernantes haciendo negocio… Recordemos que Audre escribe en el período de 1979-1980, y el libro es publicado en 1981, aunque pareciera terminado en 2020. 

A su vez, no desatiende la necesidad de redes amorosas/amistosas para transitar los momentos previos y posteriores de la operación, es decir, sigue considerando su cuerpo como parte de un entramado político más grande, junto a esas mujeres que le llevan flores, le hablan y acarician. Ella narra desde el vaivén que implica el cuerpo que enferma pero que está disponible para el tacto, el cuerpo transformado/preparado para el encuentro con otras, juntando lo liminal con lo amoroso. Mientras habla de las cicatrices y dolores, recuerda sus relaciones con mujeres. La excitación y la mortalidad juntas, hechas trama para vincularse. Pensar el cáncer desde la posibilidad de crear redes con otrxs es también hacer un corrimiento del silencio que ella observa en mujeres que sobrevivieron. Lorde se encarga de revisar, mientras describe su aturdimiento después de la anestesia, qué y cómo decir algo que invite a otras también a decir, allí donde poner en palabras es poner en acto, desde el cuerpo propio y ajeno, ese que se despierta otro y el mismo a su vez. 

También realiza una crítica afilada a la Sociedad Americana contra el Cáncer, que la invita/exhorta a realizarse una cirugía plástica para reemplazar la mama extraída, sin dar cuenta de los peligros que ello conlleva después de la operación. ¿Qué sucede si en una sociedad en donde los casos de cáncer de mama van en aumento, las mujeres que sobreviven portan el cuerpo sin operaciones? Esa es una de las preguntas que se hace, inquietada por la proliferación de tratamientos estéticos que olvidan/marginan otros condicionantes para la recuperación, esquivando los entramados sensibles que van más allá del aspecto físico. Y aquí, pone a la pérdida y al duelo como protagonistas. Para recuperarse, plantea, es necesario también transitar el duelo por ese cuerpo que ya no es pero sigue siendo, observar las huellas de lo que fue y ya no será, de lo que fue y todavía vive.  

Así, desde una lengua poética-belicosa, Audre Lorde (des)anda las vicisitudes del cáncer de mama, sus experiencias, sus llantos, sus pérdidas y sus entusiasmos y permite/empuja a revisar qué florece de vida allí donde la muerte parece reinar/rodear: Llevo la muerte conmigo, en mi cuerpo, como una condena. Pero vivo. La abeja vuela. Debe haber algún modo de integrar la muerte con la vida, ni ignorándola ni cediendo a ella.

Francisca Pérez Lence