La Declaración Universal de Derechos Humanos fue aprobada por las Naciones Unidas en 1948, luego de la matanza masiva en la Segunda Guerra Mundial y del terror en los campos de exterminio nazis. Su proclama tuvo la intención de generar un código común de respeto y convivencia pacífica entre los seres humanos. La constante violación que ha sufrido a lo largo de los años no hace más que dejar en claro la enorme distancia entre esta pretensión utópica y la violencia que anida en la naturaleza de la condición humana. En este contexto, los Derechos Humanos cada vez importan menos y la especie humana acelera su camino hacia la destrucción. En Argentina, los tiempos pre electorales que vivimos no hacen más que poner sobre el tapete esta decadencia. Por un lado la derecha política, que se ha abroquelado sin distinciones en defender la represión salvaje que el gobernador y precandidato a vicepresidente Gerardo Morales ha desatado sobre buena parte del pueblo jujeño para castigar las protestas de trabajadores y pueblos originarios realizadas ante la sanción de una nueva constitución provincial que desconoce sus derechos. Sanción que fue realizada entre gallos y medianoche y tiene como trasfondo al negocio del Litio. Entre la vida humana y la propiedad privada eligieron, como siempre, la segunda opción. Aunque esta vez lo hicieron de manera más vehemente, amparados en la impunidad mediática que los cobija y les permite glorificar la violencia sin sufrir reparos. Todos, sin distinciones, se agruparon para defender las decisiones del señor feudal de Jujuy, el mismo que desde el primer día que asumió intervino en el poder judicial provincial haciendo entrar por la ventana los jueces necesarios para controlarlo y borrar cualquier pretensión de división de poderes, el mismo que durante su gestión, y apoyado en ese poder despótico, ha realizado una persecución despiadada contra dirigentes opositores, el mismo que tiene por lo menos a 25 familiares designados a dedo ocupando cargos públicos, el mismo que controla a través de su familia y empresas amigas el negocio cannábico, los parques solares y el litio. La represión fue de tal magnitud que provocó una advertencia de los máximos Organismos Internacionales de Derechos Humanos. A través de las redes y algunos medios de comunicación se pudo ver como personas ensangrentadas quedaban tendidas en el suelo, como los policías arrojaban lluvias de piedras sobre la multitud, como los uniformados viajaban en camionetas sin identificación, allanaban domicilios y encarcelaban sin orden judicial. Sin embargo todos los candidatos de la derecha sin excepción, dieron su aprobación al accionar policial y se agruparon para defender esta tremenda violación a los Derechos Humanos que aún continua en territorio jujeño. Advirtiendo que ese será el país que se viene si llegan a tomar el gobierno: Un infierno.
Por otro lado, importantes dirigentes del oficialismo, que abarca una amplia alianza entre sectores de centro derecha y centro izquierda, tradicionalmente defensores de políticas que contemplan la defensa de estos derechos, fueron gestores de una escena desagradable y preocupante, que no puede considerarse menor. Utilizaron el acto realizado en el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires para recibir la repatriación de uno de los aviones de los vuelos de la muerte, desde el que se arrojaron centenares de personas vivas y adormecidas al mar, (La mayoría de las cuales aún continúan desaparecidas) para ventilar disputas internas de poder en torno al armado de las listas electorales. Una ceremonia que debió ser un acto de respetuoso homenaje a las víctimas de la dictadura se convirtió en una parodia lamentable de un programa de chimentos y escándalos. No debió suceder y mucho menos ante la presencia de tantos familiares damnificados.
Obviamente estas dos maneras de degradar la valoración de los derechos humanos, no son comparables, pero si muestran el deterioro que el concepto de humanidad está sufriendo en nuestra sociedad de la mano de una dirigencia política que parece cada vez más enfrascada en regodearse en sus propias miserias.
Eduardo de la Serna