Gobernar  implica siempre el establecimiento de diferentes criterios de prioridades con respecto a las áreas sobre las que hay que tomar decisiones a la hora de aplicar los recursos. Las opciones que se presentan a los gobernantes a la hora de gastar los fondos públicos son múltiples: ¿Qué? ¿Cuánto? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿A quiénes? Son preguntas que definen una gestión. La de Horacio Rodríguez Larreta tiene un signo claro; gobernar pensando en la posteridad.

En el Teatro General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires se ha estado presentando con gran éxito en estos últimos meses una obra clásica del teatro universal; “Hamlet” de William Shakespeare, con el protagonismo del actor Joaquín Furriel, interpretando al príncipe Hamlet, ese que pasó a la fama por realizar un monólogo en el que deja flotando la pregunta ¿Ser o no ser?

Es de imaginar que el actual jefe de gobierno, al iniciar su gestión en 2015 también fue preso de alguna duda existencial y decidió establecer dos claras diferencias con su antecesor; primero trabajar y después ubicar sus esfuerzos pensando en dejar su sello en la ciudad y quedar en la historia porteña con sus obras faraónicas: Las obras de Larreta. Para lograr su cometido no dudó, como su colega a nivel nacional,  en endeudar a la ciudad de manera constante y al tiempo ir lentamente desfinanciando una serie de áreas de gobierno que son el sostén cotidiano de los vecinos, Salud, Cultura, Educación y Asistencia Social.

Como la mujer del Cesar, Larreta se planteó un dogma: “Hacer y aparentar que se hace”. Vestir a la ciudad con rejas amarillas, cortando calles y veredas a troche y moche por tiempos que siempre exceden con amplitud los necesarios para la realización de los arreglos, Obra sobre obra, arreglo sobre arreglo, corte sobre corte y en medio de ese maremágnum de cemento provisto por las empresas amigas dejar modificaciones  importantes y no siempre necesarias en la ciudad; como el Paseo del Bajo, la sobre elevación de los trenes Mitre y San Martín y el túnel de la Avenida Nazca, todas obras terminadas en año de elecciones. Mirar sólo lo “importante” lleva irremediablemente a perder de vista lo “urgente”.

El Intendente trabajó pensando en las glorias futuras y se olvidó de las vicisitudes presentes.  Concentró sus energías en realizar obras distinguibles y de gran impacto visual, pero todas las áreas que son vitales para la vida cotidiana de amplios sectores de clase media y baja que habitan la ciudad se han deteriorado de manera ostensible. Hospitales Públicos y salas de salud barriales desbordadas, con carencia de insumos y vacunas, escuelas públicas llenas de ratas, con techos que se caen a pedazos, falta de vacantes y comedores escolares con raciones mínimas, centros culturales y clubes de barrio sin poder pagar las tarifas, programas de asistencia social desfinanciados pese a las miles de personas que duermen en las calles porteñas. De su gestión y sus prioridades podría decirse: “Sobra cemento, sobra asfalto, falta comida, faltan vacunas, faltan libros, faltan techos”. En la superficie, la Buenos Aires de Larreta se muestra brillante, pero en la profundidad huele a podrido, como la Dinamarca de Hamlet. Lo que cambia es la pregunta del monólogo ¿Posteridad o Cotidianeidad? Esa es la cuestión.

Eduardo de la Serna