EDITORIAL
Hacia una economía social y solidaria
por Mateo Missio

A partir de la caída del bloque comunista en 1989 y ya sin esperanza de que surjan nuevos antagonistas para el capitalismo, el liberalismo se impone como el paradigma global. Desde ahí, la teoría del derrame se extiende por el mundo fortaleciendo los privilegios de los más poderosos.
El concepto de desarrollo en el paradigma liberal capitalista se apoya en una perspectiva biologicista donde, en condiciones de supuesta igualdad, el más fuerte se impone sobre el resto. De este modo, se alcanzan mejoras productivas y técnicas, fruto de la competencia entre privados por extender sus mercados e incrementar su riqueza.
Sin embargo, desde otra perspectiva del desarrollo, las mejoras productivas pueden tener una orientación que no esté solo orientada al incremento de la riqueza capitalista. Es aquí cuando la síntesis dicotómica capitalismo – comunismo demuestra sus límites.
Es evidente que en el sistema-mundo en el que vivimos la actividad económica privada convive con otros tipos de economías. El Estado, por ejemplo, muchas veces actúa bajo lógicas que rompen con el paradigma liberal. Asimismo, las organizaciones de la economía social, como son las distintas formas de asociativismo: las cooperativas, fundaciones, asociaciones civiles, ONGs y mutuales, como también organizaciones menos formales, cuestionan la manera tradicional de entender la economía y el desarrollo.

En la actualidad, los diagnósticos sobre la crisis social y ambiental que atraviesa nuestro planeta permiten cuestionar las bases de la ideología liberal y el objetivo de desarrollo industrial. Sin embargo, muchos intentos de fomentar prácticas económicas que se disocien de la lógica del lucro privado, son estigmatizados vinculándolos a la corrupción y a la improductividad en términos de rentabilidad.
Durante los últimos años los Estados en América Latina fortalecieron la institucionalización de la economía social y solidaria mediante la creación de oficinas y ministerios especializados. Debido a que por medio de la aplicación de programas y planes sociales, comprobaron su capacidad de disminuir la pobreza estructural que caracteriza a nuestra región.
Dichos programas y planes llevados adelante por políticas públicas de los gobiernos latinoamericanos han brindado la posibilidad de afianzar las asociaciones de la sociedad civil que no tienen la posibilidad de competir en un contexto de libre mercado. De este modo, el asociativismo, también llamado tercer sector, propone una alternativa para aquellos grupos sociales más vulnerados generando empleo directo.
En este sentido, existe una idea en el inconsciente colectivo que opone los conceptos de economía social y solidaria (o tercer sector) con los de eficacia, productividad y rentabilidad. Es cierto que la lógica de rentabilidad no es la misma en el sector privado que en el sector público y, en consecuencia, tampoco es la misma en el tercer sector.
Este prejuicio instalado principalmente por las derechas que operan en el continente fuertemente vinculadas con los grandes medios de comunicación concentrados, provoca el descreo de las políticas públicas y los programas sociales orientados al asociativismo, identificándolos con la corrupción, el clientelismo y la promoción de una clase obrera ociosa.
Nosotres creemos que la idea de una economía social y solidaria productiva y eficaz, es posible. Entendemos que muchas de las dificultades que presenta el sector tienen que ver con que no se abordan las problemáticas desde una perspectiva social combinada con una gestión integrada de los proyectos. Existe otra economía y nuestra misión como medio barrial y comunitario es comunicar para la construcción de la misma.
Mateo Missio
missiomateo@gmail.com