A fines de mayo, Jorge Marcheggiano, paciente del Hospital Borda, murió tras recibir el ataque de cinco perros callejeros mientras caminaba por el parque del nosocomio. El septuagenario ha sido una nueva víctima de un sistema de Salud Mental que hace agua por todos lados, de una sociedad indiferente a esa problemática y de un gobierno municipal que ha mostrado en todo los momentos de su gestión un profundo desprecio por la salud pública.
Que un hombre de 70 años muera en un centro de salud en el que estaba internado es cosa de todos los días, mucho más en estos tiempos de pandemia. Pero que esa muerte ocurra como consecuencia del ataque de una jauría de perros dentro del hospital, es algo que debería sonar inverosímil, imposible de aceptar o de creer, un escándalo de proporciones, tapa de todos los diarios y funcionarios eyectados de sus cargos; sino fuera que estamos hablando del Hospital José Borda, el tradicional Neuropsiquiátrico de la Ciudad de Buenos Aires, de un hombre con su salud mental deteriorada, de una persona de escasos o nulos recursos económicos y del gobierno de Horacio Rodriguez Larreta, el siempre bien tratado por los medios de comunicación, quizá por aquello de que “billetera y pauta publicitaria matan galán”. ¿Se imagina a un familiar o a usted estando en el patio del Sanatorio Otamendi, de la Trinidad, del San Camilo o cualquier otra institución privada de la ciudad, y que una jauría de perros se le venga encima y le quite la vida a dentelladas? Una película de terror ¿No? O de ciencia ficción por lo menos.
Pero nada de eso nos inquieta demasiado si esto sucede dentro del Hospital Borda, un centro de salud olvidado desde hace muchos años por diferentes administraciones de diferente signo político y buena parte de los vecinos de la ciudad, una clínica psiquiátrica que durante los últimos 13 años el único interés que ha despertado en las autoridades ha sido el de transformarlo en un gran negocio inmobiliario, tanto que en 2013 la policía invadió el predio a sangre y fuego contra internos y trabajadores que se oponían a la demolición de las construcciones que albergaban los distintos talleres creativos que funcionan en el predio. Aquel trágico suceso que dejó varios trabajadores y periodistas heridos, ha sido, en definitiva, la única muestra de interés mostrada por las últimas gestiones neoliberales a cargo del ejecutivo municipal. El resto es abandono y desidia hasta el día de hoy. Hay 15 personas infectadas con coronavirus, entre internos y trabajadores, quienes se quejan por la falta de insumos básicos para resguardarse. El CELS (Centro de Estudio Legales y Sociales) había realizado, a principio de mayo, una denuncia acerca de las condiciones de abandono en que se encontraban los 4 manicomios municipales, y entre sus exigencias hacía hincapié en la extrema peligrosidad que significaba la presencia de jaurías de perros en el lugar. Esta ha sido la crónica de una muerte anunciada.
A Jorge Marcheggiano no lo mató una jauría de perros, lo mató una jauría de cuerdos, la que componen los funcionarios, legisladores y jueces porteños que durante años y años han privilegiado los negocios públicos por sobre la salud pública. Una jauría cobijada y alimentada por la mayoría de los habitantes de esta ciudad.
Por Eduardo de la Serna