Siempre olvidamos
que lanzarnos al amor
es empezar a construir un recuerdo
que seguramente será terrible
José Sbarra
Estar con otrx es incómodo. Implica un despojarse de unx mismx, intentar hacerle lugar a lx otrx en sus sensibilidades, en sus temores, en sus inquietudes. Es entrecruzar una vida con la otra, es entablar un lenguaje que nombre el mundo. Un lenguaje único e irrepetible, plagado de intimidades, de ironías, de resquemores. ¿Qué sucede con ese lenguaje entre dos cuando unx se retira? ¿Qué de ese lenguaje permanece? ¿Cómo se transforma?
En Los llanos, novela escrita por Federico Falco, descubrimos algunas de estas preguntas. Una novela narrada desde la incertidumbre y el desconcierto, desde el desgarro que conlleva la pérdida de ese otrx a quien se ama. Ya desde un comienzo, la pregunta “Un cuerpo apenado, ¿cómo se escribe?” Porque no se trata sólo de cómo se atraviesa una ruptura amorosa (y esta unión de palabras no deja de llamarme la atención… ¿una punzada dulce?) sino de cómo se narra esa separación, de cómo se atraviesa un cuerpo doliente con la escritura, y de cómo la escritura puede imbricarse con el padecimiento, con los llantos, cómo puede dar forma, juntar, hacer-deshacer lo que quedó en el aire, cómo las palabras pueden acomodarse para decir aquello que no se pudo formular a tiempo. Y cómo también, muchísimas veces, nada de todo eso alcanza. “Una palabra no doma el cuerpo. Ninguna palabra doma la pena. Ninguna palabra la espanta. Ninguna palabra la logra decir de verdad.” Escribe Falco, así como Pizarnik ha dicho en En esta noche, en este mundo “no / las palabras / no hacen el amor / hacen la ausencia / si digo agua ¿beberé? / si digo pan ¿comeré?”
El protagonista se retira al campo, a las llanuras. Allí, cosecha. Establece una relación pausada y constante con la tierra, con la huerta, con los brotes, con las lluvias. Un paisaje que lo modifica, que lo cambia. Un protagonista que atraviesa un hiato, un paréntesis de su vida cotidiana, de la que, como lectorxs, vamos sabiendo poco a poco. Es también un protagonista que, en su soledad, dialoga con distintos autorxs y nos acerca a pequeños fragmentos de libros que lo marcaron. Una invitación a conocer aquello que lo acompaña mientras atraviesa el desconcierto de una distancia inesperada, de una existencia deshecha. “‘Un animal demasiado solitario se come a sí mismo’, dice Sara Gallardo” sentencia el personaje principal.
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Encuentro la novela en una librería de mi barrio. Tengo la leve sensación de que es ella, en realidad, la que me encuentra, la que se lanza a mis manos. El fin de semana anterior la había buscado (en otro barrio, en otras librerías) y no la había conseguido. Se me escabullía, estaba agotada, estaba por ingresar, se habían llevado la última justito hacía un rato. Y cuando la empiezo a leer, no puedo evitar pensar la cantidad de discursos, de historias creadas alrededor del desamor. Y claro, se me podrá decir, es la base de muchísimas producciones culturales. Pero aún así, me sigue llamando la atención la necesidad (imperante, latente) de rellenar aquello que, al fin y al cabo, no tiene explicación, no tiene palabra. “La lenta máquina del desamor”, como la define Cortázar en su poema Bolero, como un hueco al que le damos vueltas desde las alturas sin poder terminar de definirlo. Un hoyo, un abismo con bordes movedizos, en constante movimiento. Y sin embargo, la insistencia desde las novelas, las canciones, las películas, los poemas, las series de televisión, los dichos populares, de dar una respuesta. Y qué alivio toparse con todo en el momento preciso. Por eso, con la novela de Falco no puedo evitar pensar en Historia de un amor, entonada por Eydie Gormé y El Trío Los Panchos, que explica así “Es la historia de un amor como no hay otro igual / que me hizo comprender todo el bien, todo el mal / que le dio luz a mi vida, apagándola después / ¡Ay! Qué vida tan oscura, sin tu amor no viviré” ni tampoco olvidar los poemas de Idea Vilariño como Estoy aquí “Estoy aquí/ en el mundo / en un lugar del mundo / esperando / esperando. / Ven / o no vengas / yo / me estoy aquí / esperando.” O las canciones de Shakira “Mis días sin ti son tan oscuros / Tan largos, tan grises, mis días sin ti / Mis días sin ti son tan absurdos / Tan agrios, tan duros, mis días sin ti” O las películas Happy together dirigida por Wong Kar-Wai en 1997, o Appropriate Behavior de Desiree Akhavan, del año 2014, o Call me by your name dirigida por Luca Guadagnino, estrenada en 2017… Y así podríamos seguir, tejiendo un repertorio de producciones que están lanzadas al mundo desde la perplejidad y la vacilación que implica separarse, desanudar dos vidas, desarmar una cotidianidad, un lenguaje corporal, un código intrínseco.
Intuyo que hay aquí algo que todxs tenemos en común: la experiencia del desamor. Algo que se siente tan propio y al mismo tiempo, es tan habitual, está tan nombrado y renombrado. Quizás, parafraseando un diálogo de Retrato de una mujer en llamas (Sciamma, 2019), la pregunta sea si todxs lxs amantes, cuando dejan de amarse, creen estar inventando algo. Una nueva forma de romper, una nueva textura del desencuentro, una nueva cartografía de la distancia. Y parece que sí. Y se agradece la proliferación, se agradece el intento por nombrar algo que (por suerte) nunca podrá ser deletreado.
Francisca Pérez Lence