Después de un año muy complicado para la industria del cine, el BAFICI realizó una versión adaptada y condicionada por los protocolos, el aforo y el clima.

A diferencia del año 2020, en que coincidió con los inicios de la pandemia y debió suspenderse, esta edición, la número 22 del festival, sí pudo llevarse a cabo.

Si bien con un aforo menor que el habitual, además de verse en unas pocas salas de cine, este año muchas de las películas se proyectaron al aire libre en distintas sedes a lo largo de la Ciudad. También quedaron  a disposición online, 72 hs luego del estreno.

Aunque la amenaza de lluvia fue una constante en los días de duración del festival, pudieron llevarse adelante  las proyecciones en muchos casos con los directores o con los actores presentes.  Así ocurrió en varias de las sedes y el público pudo intercambiar ideas al final de las películas.

Está vez cortometrajes y largometrajes compitieron juntos en las secciones nacional, americana e internacional.

El Gran Premio de la Competencia Internacional fue para  Mi última aventura, cortometraje de Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini, mientras que en la Competencia Argentina fue para Implosión de Javier Van der Couter.  Mientras tanto la Competencia Americana fue ganada por la mexicana Cosas que no hacemos, de Bruno Santamaría Razo.

Más allá de los premios, la proyección de Copacabana Papers, a un año de la muerte de Sergio De Loof, en el Anfiteatro del Parque Centenario, tuvo características de encuentro especial  con gente con tapabocas lookeada para la ocasión, con mujeres  con vestidos largos y tacos altísimos. Ver al público festejar las intervenciones del artista agregó una impronta particular, considerando que se lo supone silencioso a la hora de ver una película.   

Sin considerar la mayor o menor calidad, lo importante es que el Bafici pudo hacerse. Era necesario para que los artistas muestren sus obras y el público volviera a cumplir con la ceremonia de ir al cine.

Guillermo Cerminaro