El músico emblemático del rock nacional que pudo graficar en vida la idiosincrasia argentina.
Cada argentino y argentina tiene dentro suyo un Charly García diferente que muta en su interior. El hippie de pelo largo, el progresivo, el de la superbanda, el visionario, el de Say no More. El que le escapa a la colimba o la muerte tirándose de un noveno piso y saliendo con una sonrisa. El que suena prolijo, el que estalla un estadio de Ferro o el que da todo bajo una lluvia torrencial y épica. Para cada momento de la vida hay un Charly distinto. Para cada argentino hay un Charly distinto.
El reconocido periodista especializado Alfredo Rosso suele decir que si en la Argentina ocurriera una quema de libros como en la novela «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury, un análisis de la obra del músico que cumple 70 años permitiría conocer con exactitud lo ocurrido en esas tierras en las últimas décadas.
Su vida cambiaría, según sus propias palabras, cuando descubrió la música de The Beatles, la banda de la que dijo que «había inventado la juventud», y decidió darle rienda suelta a su reprimido impulso de componer música.
Con Nito Mestre, su compañero de la secundaria Dámaso Centeno, formó Sui Generis, donde desplegó, hasta su separación en 1975 con entonces inéditos recitales multitudinarios en el estadio Luna Park, una obra viva hasta el día de hoy.
La segunda mitad de los ’70 mostró a un García más cercano al rock progresivo, el cual asumió de manera magnífica. La Máquina de Hacer Pájaros y, más tarde, en Serú Girán, formación en la que también brillaban David Lebón, Oscar Moro y un joven Pedro Aznar.
En «Peperina», de 1981, el último disco de estudio de Serú Girán, García anticipó lo que vendría en su etapa solista. En 1984, Charly editó «Piano Bar», un disco en donde regresa a un sonido más rockero, sobre todo a partir del recurso de volver a grabar con una banda estable (integrada, entre otros, por un joven Fito Páez).
Tras un frustrado proyecto de disco conjunto con Luis Alberto Spinetta del que apenas sobrevivió el icónico «Rezo por vos» y el lanzamiento de «Tango», un disco con Pedro Aznar con una fuerte presencia electrónica, en 1987 editó «Parte de la religión», donde sintetiza su gusto por las innovaciones tecnológicas y la energía de una banda tocando en vivo.
En julio de 1994 grabó «La hija de la lágrima», su séptimo disco de estudio presentado como una ópera-rock que contempló piezas instrumentales, canciones memorables como «Víctima», otras pegadizas como «La sal no sala» y «Chipi-chipi» y un concepto sonoro que marcó el rumbo de lo que vendría.
En medio de una producción caótica y dispar (que incluyó «Estaba en llamas cuando me acosté», un «Unplugged» para la cadena MTV, «Say no more», «El aguante» y dos discos en vivo: «Demasiado ego» y «Charly & Charly», que registró un recital privado para el entonces presidente Carlos Menem), compartió con su amada amiga Mercedes Sosa el excepcional «Alta fidelidad» (1997).
Tras un recital gratuito compartido, el nuevo siglo lo encontró arrojándose desde el noveno piso de un hotel mendocino a una pileta de natación tras una febril noche, reponiendo la dupla con Nito Mestre (a partir de «Sinfonía para adolescentes») y publicando discos como «Influencia» y «Rock and roll yo», hasta una crisis psiquiátrica y por adicciones de la que fue rescatado por Ramón «Palito» Ortega.
El lento regreso a la actividad incluyó la salida de «Kill Gil», la puesta «Líneas Paralelas (Artificio imposible)» en el Teatro Colón y un nuevo disco, «Random», lanzado en febrero de 2017, además de esporádicos recitales titulados «La Torre de Tesla» en los teatros Coliseo y Gran Rex y el estadio Luna Park que agotaron localidades y funcionaron como postales de una vida artística genial que se celebra y se recrea y a la que le sumará –al menos- un disco más que está prácticamente terminado.
Fermín de la Serna