Walter Lezcano es escritor, periodista y docente. Escribe, escribe mucho y bien. Recientemente presentó, en La Coop Librería, La lucha armada editado por Santos Locos, que reúne cuatro libros con sus poemas.
Vos naciste en Corrientes y viniste a Buenos Aires de chico, ¿es así, no?
MI vieja me sacó de Goya, Corrientes, cuando tenía un año y unos meses, nos fuimos a la casa de una tía en el Oeste. Hasta que tuve once años paramos un tiempo largo en zona Sur, Rafael Calzada y San Francisco Solano. Estuvimos dando vueltas por muchos barrios, cambiando de escuelas, con muchos grupos de gente. Para mí, en general, la relación con los barrios fue de exploración de esos lugares porque siempre eran nuevos. Eso te produce dos cosas: por un lado la facilidad para generar cercanía, tratar de insertarte en un lugar. Y la otra cosa, que no sé si es tan buena, es que no te dan ningún temor las despedidas. Cuando dejas de ver a alguien te adaptás rápidamente a los grupos nuevos y eso no sé si es bueno o malo.
¿Esa circunstancia te generó una sensación de desapego?
Es cierto lo que decís con eso del desapego, pero no lo vivo así. Puedo generar cercanías muy intensas. Después uno se muda, desaparece de ese círculo y uno sigue adelante. No sé si es tanto desapego, uno entiende la fragilidad de la vida. El barrio siempre me pareció como un lugar totalmente natural para desarrollarme, para desarrollar vínculos, para poder desarrollar conocimientos y poder descubrir cosas no tan esquematizadas como sí hay en Capital Federal.
¿Cómo es eso?
Hay un tipo de sensibilidad que no se encuentra en los barrios de Capital Federal, o por lo menos yo no lo encuentro, o si querés se encuentra pero en esos barrios ligados a ritos de pasaje como Mataderos, La Boca o Pompeya, que están muy en el borde con otros lugares. Para mí el barrio siempre fue como el lugar de la honestidad, de la dignidad. Buscar lo esencial por fuera de la neurosis citadina. La ciudad tiene estructuras protocolares, burocráticas. Hablo de las relaciones humanas. Ahora yo vivo en Monserrat, casi Constitución. Me encanta vivir en un lugar cosmopolita, hay de todas clases sociales, incluso estoy a la vuelta de Sociales, es un circuito donde hay mucha gente joven, también estoy cerca de la UADE. Para mí el barrio siempre fue eso, por haber tenido la suerte de transitar estos lugares. La idea de barrio siempre me pareció sanadora y la búsqueda de algún tipo de autenticidad por afuera de lo que implica la separación de clases sociales, el barrio parece ser esa zona utópica donde se busca lo que nos une, lo que nos iguala, por fuera de las diferencias.

¿Cuándo empezás tu acercamiento con los libros?
Hubo un costado de curiosidad, pero también de salvación. Por eso de las mudanzas, caímos con mi vieja en lugares no muy copados, a veces con padrastros que no hacían honor a ese nombre y como no tenía espacio físico para mí, armé algún lugar aunque mental y la lectura vino a darme ese lugar. De chiquito leía historietas o lo que había, somos de una generación sin bibliotecas, pero es raro porque circulan libros, ya sea por lo que sea, de forma muy rara. Cuando fuimos a parar a una casa ahí en San Francisco Solano empecé de forma más sistemático, con la narrativa y poesía.
Fue bastante parecido a mucha gente de mi generación, leía Benedetti, Jorge Asís, Neruda. Pizarnik, Alfonsina Storni. Después eso se corta con la llegada del rock: Bukowski, Henry Miller, la generación beat. Y a su vez eso se corta con la poesía argentina y luego la poesía y la narrativa contemporánea. Ese viaje con la lectura empieza con la necesidad de tener un lugar propio, ya que no tengo la heladera llena ni una pieza, tengo un libro que envuelve mi geografía.
¿Qué estás escribiendo actualmente?
Estoy haciendo un libro que en principio es una especie de biografía de Rosario Bléfari. Estoy tratando de crear un texto atractivo que sea un poco mutante, que no sea solo una biografía, buscándolo la vuelta para que la ingeniería escape a los lugares comunes. Después estoy terminando de corregir dos libros de poesía que salen el año que viene, uno se llama la Conquista del desierto y otro se llama Patear el suicidio hacia adelante. También estoy terminando la última corrección sobre Roberto Bolaño y la literatura argentina, que se llama Los puentes salvajes. Estoy preparando cositas que son otros textos, si lo tuviese que explicar con términos concretos son como varias carpetas en el escritorio de la compu que tienen distintos textos. En distintos momentos le voy metiendo alguna versión. Depende del humor del día.
Sos un escritor que escribe mucho, ¿cómo trabajas eso, cómo te dividís, los temas tienen un nexo entre ellos?
Tengo la suerte de ser docente, de trabajar en periodismo, y entonces esas dos zonas de la vida se vinculan mucho con la escritura. Es lo que trato de generar, es una especie de flujo que vaya de un sector a otro, conectándose. No son mundos separados, siempre están de algún modo generando una cercanía. Algo que me llama la atención lo puedo poner en una nota, si algo me queda afuera lo uso en un texto. Si algo me llamó la atención de una entrevista que hice lo puedo llevar al aula, yo trabajo en secundaria. Ese tipo de cuestiones me parecen importantísimas para ver todas las posibilidades que puede derivar la elaboración de un texto, la elaboración de un tema de general, algún tipo de mirada sobre algún aspecto de la vida. Y también me estuvo pasando últimamente que elaboré algunos ensayos de música y la investigación me hizo descubrir cosas que por ahí pude usar en poemas o en novelas incluso. Y quizá incluso esas novelas, esas ficciones, pueden generar algún espejo con el ensayo de música, porque se desprendió de ahí. Pude hacer dos o tres cosas a la vez que llevan sus años, su tiempo.
Guillermo Cerminaro