Félix Bruzzone nació en 1976. Es hijo de padres desaparecidos y gran parte de su literatura gira en torno a eso. En el 2007 publicó la colección de relatos 76, y sucesivamente las novelas Los topos, Barrefondo, Las chanchas, Campo de Mayo, así como Piletas, una colección de crónicas de su trabajo como limpiador de piletas.
Foto: Manuela Martínez
¿Cómo es tu relación con el barrio en el que naciste? ¿Qué recuerdos tenés de esa infancia?
Ahora mi relación con el barrio de recoleta no existe, no voy nunca. Durante unos años fui a dar talleres a lo que era el departamento de mi abuela, pero ya no. De chico no lo sentía como un barrio por que no salías a jugar a la calle o a conocer a los vecinos, no había una comunidad, todos eran anónimos. Me acuerdo de la kiosquera que tenía un laverrap en el mismo negocio, te vendía caramelos y después te lavaba la ropa. Me acuerdo también del bicicletero y el puesto de diarios, pero no mucho más. En los años ochenta había terrenos baldíos y comercios atendidos por sus dueños, cosa que en la actualidad no pasa por que en esos terrenos hay torres y los comercios son todas cadenas o franquicias.

¿Cuándo empieza tu acercamiento con los libros?
En el colegio tuve mi primer acercamiento con los libros. Después los que me regalaban los amigos de la familia, mi tío y por supuesto mi abuela con quien yo vivía. Los libros de elige tu propia aventura eran los que más me atrapaban. Cuando crecí, la vida laboral y los hijos fueron limitando el tiempo que tenía para sentarme a leer, igual no me considero un gran lector. Leo muy salteado, muchos principios de libros, muchas cosas distintas. Mi abuela en esas épocas siempre estaba leyendo, o el diario o algún Bestseller de moda, pero en casa no había una biblioteca, estaban puestos por ahí, me acuerdo que los libros estaban adentro de un ropero. Mi tío encontraba su lugar de descanso en la lectura. Para mi esa imagen donde lo veía leer fue parte de la construcción de ser adulto. Y mi tía estudió Letras y tenía una buena biblioteca que con los años paso a ser un objeto de deseo para mí.
Tu literatura siempre bordea lo absurdo ¿Por qué elegís ese camino para llevar adelante tus narraciones?
Lo absurdo fue apareciendo de manera involuntaria en mis textos. El procedimiento de empezar por algo concreto, de la realidad, de mi propia biografía que después empieza a tomar curso por otro lado. No es tan interesante contarlo tal cual como paso y si contar los caminos que se van abriendo. De esa manera llegaba a lugares muy contradictorios entre el principio y el final de cada historia. Ahí aparecía el absurdo y todo dependía de cómo le daba cuerda a cada relato. Hay un cuento mío que se llama “Otras fotos de mama” donde empieza el personaje queriendo saber cosas de su madre desaparecida preguntándole a un exnovio de ella que también estuvo exilado por la dictadura. Es un comienzo muy cargado de algo que me tocó vivir en primera persona y termina con una escena donde este personaje toma vino con un chino adentro del supermercado cerrado, no pudiendo entenderse por el idioma, mientras hay una tormenta afuera. Entendemos por qué el narrador está intentando desahogarse tomando vino y apagar su melancolía y no sabemos por qué el chino está en la misma situación. Es bastante absurdo pasar de ese principio a ese final.
Eso comenzó en los primeros cuentos. Me di cuenta y empecé a tirar de la cuerda de lo absurdo. Cuando aparece una situación así me encandila, me interesa y sólo la sigo. No es que la estoy buscando. La contradicción me parece atractiva y es ahí donde me gusta explorar.
¿Qué lugar ocupa Campo de Mayo en tu pasado y en tu presente?
Campo de Mayo en mi pasado nunca estuvo. Siempre fue algo presente. Cuando iba a lo de mi tía para estar con mis primos pasaba sin saber que mi madre había estado ahí detenida. Es un lugar muy singular, muy distinto a todo el conurbano, entonces empieza naturalmente a ser especial en el camino hacia la casa de mi tía. De chico era algo presente, después cuando dejé de ir a lo de mi tía ese espacio estuvo en ausencia, pero empezaron a aparecer todas mis lecturas sobre la dictadura, y Campo de Mayo pasó a ser un lugar muy cargado de historia. Un centro clandestino de detención en la época de la dictadura, para mí incluso más importante que la ESMA porque tenía una conexión con ese lugar y ya había pasado miles de veces. Después me mudo bastante cerca, a Don Torcuato, que es ahí al lado. Y en el 2006 me entero de que mi mamá había estado detenida en Campo de Mayo. Era una posibilidad, por la zona donde militaba en su espacio político, pero podría haber estado en cualquiera de los cientos de centros clandestinos de detención. Cuando se termina de confirmar que mi mamá había estado ahí; todo cobra otra relevancia. Hago crónicas, una conferencia performática, después una novela y ahora una película. Distintas formas de rodear a Campo de Mayo. Es para mí algo muy presente.
Mi abuela muere en un geriátrico muy lindo en Campo de Mayo, va en realidad al hospital militar que está al lado, donde también funcionó el centro clandestino de detención donde daban a luz las embarazadas. El cuerpo de mi abuela salió de ahí y el cuerpo de mi madre también, aunque no sabemos ni cuándo ni cómo o quizás está ahí y no lo sabemos.
Los procesos creativos son largos y complejos. ¿Qué te impulsa a contar historias?
Dentro de la escritura, algo que hablábamos mucho cuando empezábamos a dar nuestras primeras cuchilladas en el mundo de la literatura con mis congéneres, era tener muy presente que los textos sean legibles, que puedan ser leídos por un chico de quince años como dice Mariano Lamberti. Eso lo charlábamos mucho y lo comparábamos con escritores de otras épocas que habían apuntado más a la ilegibilidad como estética. Si lees un libro mío, podés contar la historia y es algo que no siempre pasa. Por eso sigo.