A fines del mes de septiembre, una noticia tragicómica me llamó la atención: El campeón mundial de ajedrez, el noruego Magnus Carlsen dejó entrever que su rival norteamericano Hans Niemann, había hecho trampa al derrotarlo y quitarle un invicto de más de 2 años. Fue el empresario multimillonario Elon Musk el encargado de aclarar la posible forma del engaño, aduciendo la posibilidad de uso de un chip colocado en el ano del ajedrecista a través del cual se le hubiera podido transmitir la información. El acusado amenazó con jugar desnudo sus próximos partidos. Aunque eso igual no garantizaría la transparencia de su accionar. Más allá de que cualquier teoría conspirativa podría considerarse probable en un mundo que ya no puede diferenciar entre la mentira y la verdad, la noticia me despertó una pregunta ¿Qué cosas somos capaces de hacer los seres humanos para conseguir lo que queremos? ¿Qué cosas somos capaces de hacer vos y yo? ¿Mentir? ¿Defraudar? ¿Robar? ¿Amenazar? ¿Matar? Hace más de 500 años que Nicolás Maquiavelo dejó una máxima que lamentablemente aún no ha perdido vigencia “El fin, justifica los medios”, si nuestro objetivo es “bueno” (¿Quién podría determinarlo?) cualquier manera de lograrlo es válida, incluso la más miserable. La historia de la humanidad y en particular de nuestro país es rica en personajes y grupos que tomaron a pie juntillas las palabras del autor de “El príncipe”. Desde sus orígenes con la muerte de Mariano Moreno, hasta nuestros días, llegando a su apogeo durante la dictadura militar y la tragedia de 30.000 desaparecidos que obró como punto reflexivo para que varias generaciones hayamos desterrado a la violencia como manera de solución de conflictos. Esto no implicó tragarnos nuestros enojos, nuestras impotencias, nuestra sed de justicia nunca satisfecha por los centros de poder. Vayan como ejemplo las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo quienes, pese al largo ninguneo a que las sometió (¿Y sigue sometiendo?) el sistema judicial; nunca clamaron venganza. Está claro que hay una diferencia entre marchar cantando contra un adversario político y hacerlo llevando guillotinas, horcas o bolsas negras con supuestos cadáveres, que no es lo mismo pedir que la justicia actúe ante hechos que consideramos (con acierto o no) delictivos, que pedir la muerte de los supuestos responsables como lo ha hecho el diputado Sánchez, que es como mínimo una gran irresponsabilidad política pontificar por una sociedad civil armada como lo hacen, de manera constante, el diputado Milei y la ex ministra Bullrich, que es muy grave que el diputado Espert pida que se aplique Código Penal o Bala (¡Cómo si fueran cosas similares!) a un grupo de trabajadores que hacen un reclamo gremial. Que hay una diferencia sideral entre reclamar y asesinar. ¿Hasta dónde podemos las personas comunes reconocer esos límites si líderes políticos y funcionarios públicos hacen de la violencia el “leiv motiv “de sus campañas?¿Si los medios de prensa nombran a los delincuentes con apelativos cariñosos, casi risueños; “Los horneros” (laboriosos pajaritos), “Los Super Mario Bros” (personaje de un juego infantil) o “La Banda de los Copitos” (como si fuera un grupo de rock infantil que anima fiestas en los peloteros) banalizando la gravedad de los delitos, No es lo mismo que “Los asesinos de Los Hornos”, “La mafia de los espías” o “Los criminales de los copos”. Nunca es casual como la prensa presenta los hechos. Así como no lo es que ignoren o minimicen la constante predica de violencia que hacen ciertos sectores y dirigentes políticos. Así como no lo es que se pasen una semana hablando de una mujer que usufructúa planes sociales sin tener derecho a percibirlos y no dediquen ni 5 segundos a informar sobre los millones y millones de dólares que diariamente se evaden del país mediante diferentes maniobras económicas. Es parte de la misma trama que teje el poder.
¿Quiénes nos meten el chip del odio? ¿Cómo lo hacen? Están a la vista de todos aquellos que quieran mirar sin anteojeras, que quieran sacarse los tapones de los oídos y escuchar. No es necesario que hurguen en nuestra intimidad, solo estar atentos y saber la diferencia que existe entre la vida y la muerte.