Luego de un mes de sufrimiento y placer, terminó el mundial de fútbol dejándonos sus huellas llenas de certezas y preguntas. Hace mucho tiempo que el futbol ha dejado de ser sólo un juego y más allá de balcones y plazas, está íntimamente emparentado  con lo político-social.

Este fue el mundial de la corrupción más escandalosa de la FIFA, comprado entre gallos y medianoches cuando don Julio Grondona era vicepresidente de la entidad. Desde el vamos estuvo planteado como  el mundial de Europa contra el Resto del Mundo, especialmente Sudamérica. El ´futbol rico del norte contra los pobres del Sur. Los que habían ganado los últimos 4 mundiales, y no se contentan con llevarse a los mejores jugadores del planeta,  los que buscan hacer un campeonato para ellos solos, los que desprecian el campeonato mundial de clubes y amenazan con romper la FIFA, los que se acuerdan de los derechos humanos sólo cuando el campeonato se juega fuera de sus territorios.

A Messi se lo criticó mucho tiempo por ser un tipo común, por no tener un rasgo especial, no ser un personaje, como lo fue Maradona. Ahora se lo elogia por ser un hombre común.¿ Algo cambió en nosotros para percibirlo diferente? ¿Algo cambió en él? Todo parece indicar que ambas cosas sucedieron. ¿La decadencia de Diego y su posterior muerte habrán tenido que ver con estos cambios? ¿No tener esa mirada desde un palco, esa presencia desde un banco de suplentes, lo habrá liberado para dar lo mejor de sí? Muerto Freud, quizá Rolón escriba un libro sobre esto.  A Alberto Fernández se lo critica por ser débil de carácter, querer ser amigo de todos, retroceder en chancletas cada vez que amenaza con tocar los intereses del poder ¿Qué debería cambiar para que lo percibamos de otra manera?¿Qué deberíamos cambiar nosotros? ¿Necesita Alberto la decadencia y desaparición de Cristina Fernández para mostrar su mejor versión? ¿Hay en su entorno gente que alienta esta idea? Es sabido que existen sectores sumamente reaccionarios y antidemocráticos dentro de la oposición antiperonista, los mismos que eran capaces de escribir en las paredes “Viva el cáncer” o de esconder y mutilar cadáveres, hoy hacen todo lo posible por sacar de la vida política a la vicepresidenta (¿Sólo política?) y tienen como arietes al poder judicial y al poder mediático.  El paralelismo entre los mundiales, Diego y Cristina es una tentación que parece avalar la cronología de los hechos, un momento de esplendor y gloria en el mundial del 86 y la primera presidencia 2007-2011, un momento de sostener lo hecho, de aguante, de derrota digna en el mundial del 90 y la presidencia 2011-2015, un resurgir esperanzador  en el mundial del 94 y la vicepresidencia de 2019, un corte abrupto de piernas en la mitad del sendero. Diego no volvió a jugar un mundial, pero si tuvo su regreso al fútbol, una última etapa antes del retiro, el agasajo y la pelota no se mancha ¿Qué le deparará el futuro a Cristina?¿Cambiará ella? ¿Cambiará nuestra percepción sobre ella?

 El que nunca cambia es el poder, hoy concentrado en la administración Judicial y los oligopolios mediáticos. Ambos han utilizado al Mundial de fútbol para disfrazar sus intereses, los primeros emitiendo un fallo condenatorio en medio de la euforia mundialista, los segundos intentando ensombrecer el accionar  de Messi y el seleccionado hasta los últimos momentos, por miedo a que la alegría popular se traslade al escenario electoral. Para muestra de dónde están sus intereses, los diarios Clarín y La Nación, cedieron la tapa y contratapa del día del triunfo argentino a la publicidad de una empresa cervecera  internacional. Más claro; imposible. Párrafo aparte para el periodista  Cristian Grosso del diario La Nación, que habló de la vulgaridad de Leo por decirle bobo a un adversario al término del partido. Una mente colonizada de esas  que, como Macri, piensan  en razas superiores y que la civilización es europea y la barbarie nuestra, pasando por alto los genocidios que esos imperios cometieron y cometen a lo largo y a lo ancho del planeta. Un comentario que hace pensar que el hombre nunca jugó al fútbol y mucho menos fue a una tribuna a ver un partido. De la primera vez que fui a un estadio, en mí niñez, ya no recuerdo equipos ni jugadas, sólo la gran cantidad de insultos, groserías y partes del cuerpo que ni me había imaginado que existían, que aprendí aquella tarde. Decirle bobo a un adversario dentro de la cancha, es una inocencia infantil, una sutileza, casi un arte poético. Es más, aquel que lo hiciera, debiera ser nombrado miembro honorario de la Real Academia Española, por la manera encantadora en que utiliza el lenguaje.

El Mundial nos ha dejado una última pregunta: ¿Es casualidad o causalidad que a la final del campeonato hayan llegado las dos estrellas máximas de PSG francés ligado a la familia real catarí? Y también una última certeza: La única lucha que se pierde, es la que se abandona.

Eduardo de la Serna