Saltó a la fama en el año 1972, al protagonizar un comercial de vinos, la famosa “propaganda de los escarpines”. Hoy, luego de varias décadas de actuar en cine, teatro y televisión nos habla de la condición maravillosa de su profesión.

¿Cómo fue su infancia en relación al barrio en el que nació?

He tenido una infancia muy viajada. Mi padre era peón de campo, ellos eran de la zona de Trenque Lauquen. Cuando mi hermano y mi hermana tenían siete y seis años iba a nacer yo, pero mi madre tenía problemas con el parto. Toda su familia vivía acá, en Capital. Ellos eran diez hermanos y tres de ellos trabajaban acá, en el Hospital Rivadavia, así que la trajeron. Ahí nací. Nunca supe bien por qué se quedaron en la ciudad: Mi padre no tenía oficio, él ordeñaba vacas, hacía alambrados. Entonces laburaba de lo que podía. Cuando yo tenía meses de edad consiguió cuidar un chalet  de gente adinerada en Monte Grande. Yo me crie ahí hasta los cinco años. A esa edad nos mudamos a Lomas de Zamora, fuimos a parar los cinco a una pieza alquilada. Cuatro años después mi viejo cambió de laburo de nuevo: fuimos a parar al barrio San José de Temperley, a unas 45 cuadras de la estación. Ahí viví de los nueve a los once. Mi viejo volvió a cambiar de laburo… hacía lo que podía. Las hermanas de mi madre compraron una casita en Lanús y viví ahí desde los once años hasta los treinta y dos. Recién en ese entonces pudimos dejar de buscar leña para calefaccionarnos y dejamos de usar caballos para ir al colegio. Teníamos colectivo y asfalto en la puerta. O sea, llegamos a la esquizofrenia.

¿En ese contexto, la actuación era un futuro posible?

No, no estaba en ningún lado, no tenía nada que ver. Yo siento que las huellas que puedo llegar a recordar tienen que ver con un amigo. Él era ciego y su familia era dueña de dos cines en Lanús, dos cines grandes. Yo tenía quince, dieciséis años. En cada uno de los cines daban tres películas los lunes, tres los martes y otras tres el resto de los días. Yo veía las películas desde la cabina, con los proyectoristas. Me gustaba mucho el cine. A los once años empecé a laburar con un zapatero, no llegué a terminar tercer año de la secundaria, y laburé en más de diez laburos distintos, de cualquier cosa. A los 21 años vi un cartel en la calle Perú y Venezuela que decía “hágase actor”. Lo tengo grabado: me quedé parado pensando y anoté la dirección. El día que cumplí 22 años fui y me anoté. Empecé a tomar clases de actuación para ser actor de cine. Jamás había visto teatro, no sabía lo que era eso. A los tres o cuatro meses sentí que no me sacaba nadie de ahí: fue pasión.

Pensando en ese cartel, ¿uno puede hacerse actor?

Yo en esa época pensaba que sí. Con el tiempo me pareció gracioso, ¿Cómo uno va a hacerse actor? Tiempo después volví a pensar que sí, que se puede. La actuación es una profesión. Como un albañil, como un cirujano. El don, la fama, el éxito, la inspiración: lo único que uno puede hacer por todo eso es aprender la profesión. Laburar. Si yo quiero hacer una huerta tengo que sacar los yuyos, tratar de conseguir buenas semillas, plantar, regar, cuidarla. Todo eso depende de la voluntad. Yo creo en eso, en el 95% de transpiración y el 5% de inspiración. Todas las profesiones son eso. Después aparecerán las condiciones, la suerte, la mala suerte. Pero todo eso ya no depende de mí.

Siendo así, frente a ese esfuerzo que hay que hacer para conocer la profesión, ¿Qué lugar ocupa la actuación en su vida?

Primero, no coincido con la palabra esfuerzo. Si uno adquiere algo, lo necesita, lo ama, no es un esfuerzo. La profesión es un juego. Yo conservo al niño jugando y para mí eso es extraordinario. Poder seguir jugando, a mi edad… es maravilloso. La actuación es parte y es mi vida.

Sufrió un infarto en el año 2013 y, más allá de las implicancias personales que puede haber tenido, me gustaría entender qué significó para usted en el contexto de su profesión.

Antes del infarto tuve dos verrugas en las cuerdas vocales. Me operaron y estuve siete meses sin laburar. Después me volvió la verruga, todavía más grande. Eso me tuvo muy mal: ¿Justo en la cuerda vocal me tenía que pasar? Luego del infarto se me paralizó la cuerda vocal y estuve como un año haciendo foniatría. Fueron tiempos muy difíciles porque veía la posibilidad de no poder continuar con mi profesión.

Después de tanto tiempo, ¿La sensación sigue siendo la misma antes de subirse a un escenario?

Me ha pasado que nada me ha estresado. Varias veces, me ha ocurrido con actores muy jóvenes, de verlos nerviosos antes de un estreno. Es una conversación que he tenido muchas veces: “¿Qué te pasa?” les digo, y me responden que les da miedo, que se pueden equivocar la letra. Y mi pregunta la hice una vez y la conservé para siempre: “¿Por qué le querés hacer creer a la gente que sos perfecto? ¿Por qué no te podés equivocar?”. Los que nos miran en la platea no son perfectos. Tenemos que salir a jugar: suena la música y vamos a bailar. Nunca estuve estresado. Hay una adrenalina, lógico, pero no miedo. Al contrario, hay una enorme alegría de poder concretar el hecho. Porque sin un espectador, ¿Qué somos? Muñequitos tirando manotazos al aire. Nuestro espectador es nuestro compañero, ¿Cómo no voy a estar feliz de tener un compañero?