Por Eduardo De la Serna

A lo largo de nuestra vida los seres humanos somos víctimas y victimarios. Sin embargo, asumimos con mayor facilidad el rol de la persona dañada que el de la dañina. Incluso el propio sistema judicial nos exime de declarar contra nosotros mismos. En los últimos años, la pretensión de ser damnificados se ha exacerbado hasta el delirio, tanto que en Argentina 2020, hay quienes ya ni siquiera empatizan con la víctima; ¡Se enorgullecen de ser el victimario!

En la última década se ha impuesto una moda, la de los carteles que dicen: “Yo soy la víctima” (o supuesta víctima) y “Todos somos la víctima” (o supuestas víctimas). Con el mecanismo de un slogan publicitario se pretende expresar una tácita solidaridad con quienes se supone han sufrido algún hecho criminal o injusticia. Este tipo de enunciados se multiplican hasta el hartazgo gracias a la existencia de las  redes sociales. Así millones de personas que están cómodamente instaladas en sus casas, junto a sus afectos y pertenencias, se ponen en igualdad de condición que aquellos que son hambreados, refugiados, perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados y/o desaparecidos.

¿De dónde surge la necesidad de decir que somos lo que evidentemente no somos? ¿Por qué se evitan palabras claves como solidaridad y justicia para hacer el reclamo? No parece casual que esto ocurra en una sociedad en la que vemos a diario victimizarse a comunicadores, políticos, funcionarios y empresarios. No es fortuito que estas protestas construyan sentido desde la victimización en lugar de hacerlo desde la exigencia al poder político y económico, ya que es un tipo de reclamo que sobre todo se ha hecho carne en las clases medias, medias altas y algunos sectores ilustrados de la sociedad; los más cercanos al “establishment”. Las clases bajas no necesitan victimizarse, su condición de víctimas es obvia. Los corderos no necesitan disfrazarse de corderos. Sólo los lobos suelen hacerlo cuando quieren comer ovejas. Mientras las consignas populares y de izquierda suelen exigir concreciones al poder “Paz, Pan y Trabajo” “Aparición con vida” “¿Dónde está?” ”¿Quién mató?”, las consignas de la derecha no lo interpelan nunca, porque el poder real es de derecha. Se victimizan falsamente o reclaman abstracciones.

En estos últimos meses en la Argentina se ha vivido el caso más inverosímil en la historia de este tipo de consignas: “¡Todos somos el victimario!” “¡Todos somos el estafador!” “¡Todos somos Vicentín!”. Una parte de la población salió con ese lema a defender a un grupo empresarial que ha estafado al Estado nacional y a más de 2.500 clientes y proveedores. Una cosa es decir: “¡Busquen una nueva solución!” y otra muy distinta “¡Todos somos un grupo de estafadores!”. En realidad, la frase que correspondería sería “¡Todos somos el Banco Nación!”, ya que todos somos contribuyentes al erario público y el banco es una de las instituciones encargadas de administrar nuestros recursos. Pero claro, se demoniza tanto al estado desde los medios de comunicación que hay gente que prefiere ser representada por un grupo de delincuentes antes que por el Estado Nacional. Resulta tan absurdo como hubiera resultado una marcha alrededor del convento de General Rodríguez con la consigna “¡Todos somos José López!”.

En definitiva; frases como “Yo soy Fulano” o “Todos somos Mengano” le vienen como anillo al dedo a un sector social que cree que la iniciativa privada se basa en socializar las pérdidas y privatizar las ganancias, que no está dispuesta a cuestionar al poder establecido, y que antes de hablar de solidaridad y justicia prefiere salir a la calle a defender ladrones de guante blanco.