Escribir es un ejercicio de la mirada. Cómo nos relacionamos con el mundo, cómo transitamos las experiencias, cómo decodificamos lo que acontece a nuestro alrededor pueden funcionar como puntapiés para narrar ficciones que se basen en dicha lectura y propongan una nueva manera de mirar lo cotidiano, lo cercano.

Así lo logra Magalí Etchebarne en Los mejores días, editado por Tenemos las máquinas en el año 2017. En este libro de ocho cuentos podemos encontrar dos esferas temáticas: la familiar y la amorosa. Hay cuatro cuentos que se dedican a narrar los vínculos intrafamiliares y otros cuatro que se encargan de describir las relaciones de pareja, las separaciones o distancias. Todas las protagonistas son mujeres que atraviesan distintas etapas de la vida, desde la niñez hasta la juventud. En algunas reseñas se ha dicho que este libro puede funcionar como una novela corta. En este caso, destacamos el carácter dinámico a la hora de pensar las distintas etapas de la vida. Es un libro que juega con el lenguaje coloquial y con la descripción detallada a través de metáforas de aquello que rodea a los personajes, proponiendo una lectura-otra de lo cotidiano. Por ejemplo, en el cuento Tsunami la narradora le dice a su madre “-Me gusta mirar el mar” a lo que ella le responde “-A mí también (…) Es la llaga del planeta” Una manera de describir aquello decodificado de otra forma, proponiendo otra mirada.

Referido a la temática intrafamiliar tenemos el primer cuento del libro titulado Como animales, que nos presenta la historia de una familia en la cual “las mujeres no engendran a sus hijos, se los traen de lugares” A partir de esta premisa, la mirada de una niña relata la relación que gesta con el nuevo bebé, Francisco. En una dinámica a dos voces, entre los recuerdos de la infancia y el presente joven de la protagonista, se deja entrever cómo se desarrolló la relación entre primxs.

Esta descripción de lo familiar desde un punto de vista incómodo, desde los márgenes nos trae reminiscencias de la novela Las primas de Aurora Venturini. Ganadora del Premio Nueva Novela Página/12 y publicada en el año 2007, presenta la historia de una familia conformada por mujeres vista desde los ojos de Yuna, una niña que atraviesa su adolescencia y primera juventud intentando vislumbrar los bajo fondos de la dinámica familiar. Con una mirada filosa, nos presenta a Betina, su hermana y a sus primas Carina y Petra. En una entrevista Venturini declara: Las primas soy yo. Aquí, lo encarnado de la historia desdibuja los límites entre autora-personaje-narradora.

En Los mejores días ese juego de borramiento de los límites lo encontramos en otro cuento, en este caso ligado al universo amoroso, titulado Que no pase más. La protagonista se encuentra en uno de los primeros viajes con su pareja, Ramón, en una casa prestada, alejada en las sierras. Etchebarne explicó que se basa en un diario de viaje, cuando estuvo vacacionando por primera vez con una pareja. “Anoto en mi cuaderno: este amor no tiene marcha atrás. Va a ser en una sola dirección, una bala hacia el futuro. Desenamorarme ahora sería como vaciar el río con las manos” escribe la narradora.

En este caso, vemos cómo lo autobiográfico funciona como motor para la ficcionalización de las experiencias, y para la puesta en común con lxs lectorxs de las particularidades de las vivencias. Ejercicio que también desarrolló en varios de sus libros Hebe Uhart. En particular, aquí estamos pensando en Un día cualquiera, editado por Alfaguara en el año 2013. Nuevamente asistimos a una mezcla entre personaje-autora-narradora. En su cuento Turismo urbano lo vemos más explícitamente en la decisión de mantener el nombre de su pareja, Ignacio, aún en el universo ficcional de la narración.

En estas tres autoras presenciamos, como lectorxs, el ejercicio de sostener la mirada encencida, de ese estar activxs en la vida cotidiana vislumbrando, olfateando lo que pasa para desmembrarlo y presentarlo de una nueva manera, generando un extrañamiento en la percepción que se tiene de lo que nos rodea. Lo personal puesto en común para poder pensar(nos) en vinculación con otrxs.

Por Francisca Pérez Lence