La primera novela de Ana Montes, editada por Concreto Editorial durante el transcurso del año 2019, se titula con un oximorón, una puja entre dos conceptos. Aún antes de abrir el libro y entrar en contacto con las hojas, el título nos anticipa un espacio incómodo, aquel donde la mezcla, el contacto entre lo improbable, el mínimo porcentaje, la remota posibilidad y lo habitual, lo cotidiano cobran protagonismo encarnándose en un cuerpo. El cuerpo de Ana, la narradora, que atraviesa una enfermedad poco habitual y las ganas de experimentar, de vivenciar el paso de la pubertad a la adolescencia, de la adolescencia a la juventud con todo lo que eso tiene de desconocido y abismal.

La protagonista reflexiona sobre su entorno, la escuela, los hospitales, la configuración familiar. Es notable cómo, en algunos pasajes, se cuestiona el saber médico institucionalizado, con interrogantes punzantes “Del uno al diez, ¿qué tan fuerte es el dolor? Eso era lo primero que me preguntaban siempre. Cada especialista, en cada consulta. Nunca entendí bien cómo contestar, cómo ser precisa. ¿Cómo se mide una sensación del uno al diez? Me parecía prudente guardarme el diez, es imposible afirmar estar sintiendo el máximo dolor posible, siempre podría ser peor, o no, pero cómo saberlo. ¿Una persona sin dolor estaría en cero? Algo de dolor siempre hay, o no exactamente dolor, pero sí alguna molestia en la panza o una migraña suave o una pielcita salida del dedo”

Algo de lo humano, de lo inconmensurable, se sostiene a lo largo de la narración en la manera que tiene Ana de escabullirse de las mediciones exactas, de los sentimientos encorsetados, de las categorías.

A lo largo de la novela la mirada está puesta allí, en lo tirante de esta existencia que oscila entre lo que puede o no puede un cuerpo.

Impulsadxs por el entusiasmo y la admiración por una forma de narrar concisa, entrevistamos a la autora de esta novela.

¿Cómo fue el proceso de escritura de Poco frecuente?

En esa época rara de los catorce años, cuando a mí me diagnosticaron esta enfermedad y empecé a tener problemas de salud inesperados, Cynthia Edul era mi profesora en el colegio. Para mí era una gran referente, una gran maestra y cuando le comenté sobre esto, me dijo “En algún momento lo tenés que escribir porque es espectacular” Después, quedé en contacto con ella, nos hicimos amigas de más grandes, empecé a ir a su taller con Romina Paula y un día me dijo “¿Te acordás cuando dijimos que tenías que escribir sobre este gen raro?” Y así, medio en chiste, empecé a llevar capítulos, en tono más de ensayo, no intentando escribir un libro. Ahí empezó a interesarme también el tema de la adolescencia.

En esa etapa de la vida, cuando se atraviesan la experiencia del amor, del encuentro con otrxs, del cuerpo propio ¿Pudiste reconocer y relacionar la adolescencia y la enfermedad o fue un vínculo que estableciste cuando empezaste a escribir el libro?

Fue un artificio literario, después uní las dos cosas. En la vida real, la enfermedad la tomé muy sobre-adaptadamente, pasó muy desapercibido. La adolescencia era…Lo que era la adolescencia para cualquier adolescente… un cúmulo de intensidad y drama tras drama. Después se me ocurrió unir las dos cosas para darle un marco más particular a esta protagonista y pensar el cuerpo como eje, qué pasa con ese cuerpo al que le están pasando otras cosas como el dolor y una enfermedad extraña… Eso lleva a los orígenes familiares, a la herencia. Empecé a escribir sobre la enfermedad y después se abrieron las otras ramas.

En ese sentido, ¿Cómo se entrecruza lo autobiográfico con la ficción? ¿Funciona como fuente, como base, cómo lo pusiste en diálogo?

Para mí es un material de narrativa como puede ser cualquier otra cosa, un sueño o algo que te contó una abuela. Tiendo a no dividir entre autobiográfico y la ficción porque todo es ficción a partir de que es un relato, cualquier cosa que pasa por la palabra ya es ficción. Incluso cuando le contás a una amiga lo que te pasó ya es ficción porque primero lo pasas por vos. Lo concibo como una fuente para empezar a escribir pero después me di el lujo de inventar un montón de cosas en el libro y fue muy divertido.

Vos además de escritora, también te formaste en pintura ¿Hay un cruce entre lo que escribís y lo que pintas? ¿Cómo experimentas esas dos facetas?

Es un cruce que me costó mucho encontrar pero después me di cuenta que sí, que cualquier cosa que uno hace se termina entrecruzando. Mucha gente me dijo que el libro es muy visual y eso tiene que ver con mi formación de pintora. Pintar es una manera de mirar el mundo y eso se pasa a cualquier cosa que hagas. Esa relación existe, pero no la tengo muy clara.

Además de esta novela, escribiste un fanzine con poemas y pinturas tuyas, ¿Hubo un momento en el que te diste cuenta que esas dos cosas eran lo que te gustaba hacer?

No hubo un momento, es algo que me acompañó siempre. Nunca fue una decisión “dedicarme” a esto, son las cosas que me fueron haciendo bien y entre ellas siempre estuvo escribir y pintar, fueron siempre acciones vitales para mí. Lo hago siempre. No me planteé “voy a ser escritora”, el libro empezó como un ejercicio para mis compañerxs de taller, después estaba la Bienal, lo envié y fue finalista, luego apareció Afri (Afri Aspeleiter, editora de Concreto) y me dijo que le interesaba para publicarlo. Afri tiene un proyecto muy hermoso que me representa, una editorial joven con primeras escritoras, con una colección de poesía y narrativa que crece y crece. Me representa como proyecto, eso me entusiasmó.

¿Ahora estás en algún otro proyecto?

Estoy escribiendo un libro de cuentos, que no tiene nada que ver con Poco Frecuente. Y estoy pintando una serie de retratos de amigas. También estoy armando un taller que comienza en octubre, que surgió después de que varias personas que leyeron el libro me preguntaran dónde podían iniciarse en narrativa. Con esta idea de ejercitar el mirar, la herramienta del mirar y mezclar la escritura y la pintura, armé el taller a partir de distintos materiales (listas, sueños, entre otros). La propuesta es leer a otrxs que utilicen esos materiales para escribir y lanzarse a probar la propia escritura.

¿Consideras que hay escritoras o pintoras que fueron tu inspiración para escribir la novela?

Sí, para este libro me inspiré en varias escritoras contemporáneas que habían tratado el tema del dolor y las enfermedades. Desde Lina Meruane, escritora peruana, con “Sangre en el ojo” y Mercedes Halfon con su libro “El trabajo de los ojos”, ambos sobre enfermedades de los ojos, muy lindos hasta “La chica del milagro” escrito por Cecilia Fanti, sobre un accidente que le modificó la vida. Estos son los que me permitieron pensar que se puede mezclar la vida con una enfermedad y armar un relato con eso. Después, me gusta mucho Lydia Davis, Romina Paula y Cyntia Edul. Todas mujeres, obvio, siempre, jaja.

Para terminar, ¿Querés recomendarnos algo de lo que estés leyendo ahora?

¡Sí! Acabo de terminar el segundo libro de Mercedes Halfon, poeta argentina, que se llama “Diario pinchado”, un diario que ella escribe en Berlín y también recomiendo “¿Hay alguien ahí?” de Peter Orner, sus relatos de duelo después de la muerte de su padre.


Francisca Pérez Lence

La entrevista fue llevada a cabo en la columna literaria (miérc. 11.00hs) del programa radial Ya fue! (lun a vier 10.00-13.00, conducido por Tuti Efe y Pato Da Torre) transmitido por Cítrica Radio. https://www.youtube.com/watch?v=3wUYzfK0W7Q&t=35s