Por Eduardo De la Serna
Durante los primeros ocho meses de este año en un sector del frente gobernante se comenzó a dar el nombre de Roberto Carlos al Presidente de la Nación, haciendo referencia al tema “Yo quiero tener un millón de amigos” que popularizó el cantante brasilero y a la insistencia de Alberto Fernández en mantener el diálogo con sus adversarios políticos contra viento y marea. Una oposición que desde que dejó el gobierno ha hecho todo lo posible por horadar el poder presidencial, dejando muchas veces de lado, las normas elementales de la convivencia política democrática. Organizando marchas en plena cuarentena para protestar por cualquier cosa, sumadas a un boicot constante a las propuestas legislativas del oficialismo y al funcionamiento del Congreso. Como era de esperar Juntos por el Cambio contó para su estrategia de tensión permanente con el apoyo de los medios concentrados de comunicación, el establishment empresarial y la embajada de Estados Unidos, embarcada como en los viejos tiempos en un combate sin control contra los gobiernos populares de América latina. La llegada de septiembre trajo el capítulo más oscuro de esta campaña desestabilizante: LA AMENAZA DEL GOLPE DE ESTADO, de la mano de las declaraciones del ex presidente Duhalde, quién profetizó que el año que viene no habría elecciones legislativas porque se produciría un golpe de estado, las declaraciones de Patricia Bullrich quien dijo que su partido estaba preparado para acceder al gobierno el año que viene (Siendo que las elecciones presidenciales son en 2023) y sobre todo el levantamiento policial con las inquietantes escenas de la Quinta Presidencial y la Residencia del Gobernador de la provincia de Buenos Aires rodeadas por patrulleros y uniformados armados en rebeldía. Basta recordar que fue una asonada policial la que abrió el camino a la dictadura de Jeanine Añez en Bolivia.
El Frente de Todos ganó las elecciones con un 48 % de los votos, es decir que Fernández ya tiene 12 millones y medio de amigos, superó por más de 11 millones las expectativas del astro brasilero. Es difícil suponer que se haya olvidado de lo ocurrido en octubre de 2019. Si ya tiene tantas amistades ¿Para qué quiere más? Quizá su idea es sumar 1 millón más de voluntades para superar con holgura la mitad del electorado y encaminarse así en una tarea mesiánica; la de cerrar la grieta. No parece lo aconsejable en estas circunstancias. Los diferentes intereses de la sociedad se manifiestan en nuestro país desde sus inicios. Desde 1810 existe un sector cercano a las clases dominantes y otro que reivindica a los dominados. Una división que con diferentes nombres se ha mantenido a lo largo del tiempo. Cerrar esa grieta con más de 200 años de historia es una tarea pretenciosa, con muchísimas posibilidades de fracaso. ¿Tiene sentido perder parte de las viejas amistades por conseguir unas nuevas de dudosa lealtad? ¿Tiene sentido poner en riesgo a la democracia por conservar una imagen amigable? Quizá la pandemia podría haber sido una ocasión propicia para encontrar puntos de unión entre ambos sectores, pero el correr de los meses ha demostrado que no ha sido así. La oposición ha desgastado la cuarentena y la política sanitaria sin importarle las vidas que se ponen en juego cada día. La tarea posible no es rellenar ese abismo que separa a una parte de la sociedad de la otra, sino tratar de mantener en pié el puente que las comunica para que no queden irremediablemente separadas y desconectadas. Quizá el presidente debiera olvidarse del millón de amigos y recordar alguna otra canción de Roberto Carlos; por ejemplo: “El gato que está en la oscuridad” teniendo presente siempre que el problema principal no es el felino, sino la oscuridad tenebrosa que lo rodea.