Pablo Dacal es un artista imprescindible de estos tiempos. Dueño de una poética y un gusto musical destacado, es inquieto y múltiple. Un artista sensible a su tiempo y del que podemos esperar siempre un riesgo en su obra.

¿Cómo fue tu relación con el barrio en el que naciste?
Crecí en Villa Crespo que es un barrio que en mis años infantiles a comienzos de los 80 estaba aún bastante afuera de lo que era el centro de la ciudad. Yo estaba prácticamente sobre la Avenida Corrientes, entonces ese eje que va hasta el centro es un carril que miré con mucha atención. Ya de bastante niño empecé a curtir mucho con mis padres la zona del obelisco y Callao, ese lugar glorioso de la gran avenida cultural de esta ciudad. Pero yo estaba en Villa Crespo que es un barrio bastante bohemio, comerciante, con mucha población judía y todo eso influyó mucho en mí. Creo que mi interés, mi cercanía con la música centroeuropea tiene mucho que ver con lo que sonaba ahí. No tengo religión, pero conocí muchos templos y muchas ceremonias en esos años y creo que eso después quedó plasmado en mí. Esas calles cercanas a la Avenida Juan B Justo, con metales a los pies de las puertas para poner maderas y evitar que la inundación entre adentro de los patios y de las casas, fui socio de Atlanta durante muchos años y caminaba desde el hondo Villa Crespo hasta mi zona que lindaba más con Almagro. Yo estaba en Julián Álvarez y Corrientes y aún hoy vivo en Caballito, bastante cerca de ahí, en la zona del Cid Campeador. Estoy a cuadras de Villa Crespo. Villa Crespo, Almagro y Caballito son mis lugares en esta ciudad. Después viví en Almagro de mucho más grande y formé parte creo yo del grupo que fomentó tanto movimiento en ese barrio unos diez quince años atrás.
¿Qué recuerdo tenés de esa infancia?
Algo en esa zona aún era bastante del arrabal todavía. Un barrio muy tanguero a la vez y sobre todo mucho cruce cultural. Gente de muchos lugares: polacos, rusos, pero también obviamente italianos, españoles, eso se vivía aún. Recuerdo que tenía un vecino, Don Enrique, que era sobreviviente de Auschwitz y había inclusive escrito sobre eso. Yo veía un número sellado en su brazo cada vez que me lo cruzaba en el ascensor y me generaba mucha intriga y pavor a la vez. Eso era muy presente. Y toda la avenida Canning, que aún la llamo así, era el centro en el que podíamos encontrar todo, en donde compre mis primeros libros en una librería que había por ahí, hasta ropa o cosas más de manufactura. Estudié años después con Cristina Banegas que tenía su taller de teatro en la calle Lerma, llegando a Córdoba. Recuerdo estudiar en un curso de filosofía más llegando a Darwin y también cercano a Córdoba que no deja de ser aún Villa Crespo, el bar ABC. Todo lo que rodea al Parque Centenario, este barrio me dio a mí un lugar desde donde mirar el mundo. Y soy muy de la Ciudad y soy muy de las ciudades. Si bien miro con más atención y transito cada vez más las sierras y los ríos con los años, hay algo que me llama desde ahí, pero encuentro una fascinación con las ciudades. Cuando salí a otras ciudades del mundo, cuando crucé el continente y conocí Europa me di cuenta todo lo que yo tenía de aquí, que quizá por estar tan cerca no lo notaba. También lo pude ver al vivir en Rosario. Yo viví allí tres años después de cumplir los veinte a fines de los años 90, Rosario es una ciudad entrañable a la cual amaré por siempre. Me ayudó entender la estructura de las ciudades porque es en una escala más pequeña y algo de vivir ahí me ayudó a poder manejarme mejor después en lugares más grandes. Buenos Aires es inabarcable. Quizá por esta cosas de ser de Vila Crespo, tampoco era un terreno tan lejano, me sentía cercano al centro, me sentía en la frontera, pero para mí el límite entre el centro y el afuera, entre la ciudad y el campo, era algo presente. Ir hacia Flores o llegar a la Chacarita era un terreno más desconocido, sobre todo para una ambición infantil como la mía.
¿Qué influencia tiene para vos vivir en una ciudad como Buenos Aires donde la impronta de la música es fundamental?
Buenos Aires tiene una impronta musical muy rica de muchos cruces, muy colorida y a la vez con un carácter bastante definido, muy diferente al continente. Es extraña esa manera de ver que hay desde aquí hacia el mundo con respecto a toda la tierra que rodea a esta ciudad y este país. Pero también es una ciudad muy rica y muy curiosa en su literatura y sus artes visuales, en su representación y su teatro, aun en su cine. Creo que es una usina cultural con una visión muy sofisticada de las artes y con una lectura muy precisa y personal de las vanguardias y de las corrientes estéticas del mundo. La manera en la que se lee en Buenos Aires es una manera muy curiosa y me siento parte de ese linaje, sin dudas. Me interesa sentirme parte, leo a los escritores argentinos de comienzo del siglo XX y del fines del XIX, aún en su distancia siento que dan algo que solo puedo conocer aquí y eso me resulta interesante. Me refiero a Ezequiel Martínez Estrada, José Ingenieros, Héctor Pedro Blomberg y los clásicos.
En tus canciones conviven distintos estilos, ¿cómo te definís musicalmente, si es que te definís de alguna manera?
Me defino culturalmente como un trovador. Musicalmente no encuentro una definición muy clara porque tengo proyectos y aventuras y creo que cada aventura en todo caso tiene una identidad. Yo creo que los géneros son fragancias que emergen de los trabajos mismos y de lo que vamos viviendo y cómo lo vamos pensando y cómo lo vamos sintiendo. Soy hijo del rock y desde ahí miro al mundo, pero creo que las definiciones llegarán cuando todo termine.
¿Hay algo que quedó en el tintero, algo más que quieras decir?
Una cosa más que quizás responde a varias de las preguntas. Yo no creo que la forma de acción artística del nuevo siglo pueda definirse a través de los géneros, me parece que eso puede ocurrir solo a partir de movimientos que dieron luz en los últimos tiempos, puntualmente todo lo que es el devenir del hip hop, que hoy sería el trap. Creo que ahí sí hay un movimiento y que están trabajando con sus términos, en su lenguaje. Los que venimos desde antes en realidad estamos con todos los elementos que hay a disposición. Me parece que aún quienes trabajan un solo lenguaje, están utilizándolo a su favor, en el mejor o en el peor de los casos, con las características de cada uno. En un mundo tan híper conectado y en el que la historia cultural y musical está ahí en tu ordenador todo el tiempo, en realidad somos intérpretes, traductores, trovadores, traficantes de la información. Cada uno puede utilizar desde ahí los distintos géneros, estilos, corrientes, escuelas para elaborar una nueva cosa que no tiene que ver con fusionar todo eso, ni siquiera ya con ponerlo en tensión, sino en utilizarlo como colores en una paleta con la que se pinta el cuadro que da una nueva y posible visión del mundo. Quizás de esas interpretaciones se termine armando un nuevo movimiento o quizás ese movimiento es el que estamos haciendo vivir ahora mismo sin darnos cuenta.
Guillermo Cerminaro