Cuando el 10 de abril de 1912 el Titanic partió desde Southhampton (Inglaterra) hacia Nueva York (EEUU) era considerado como un  transatlántico inhundible, el más opulento del mundo, pero esa consideración no impidió que una combinación de impericias, intereses mezquinos y soberbia  terminara cuatro días después con el inmenso buque todopoderoso hundido en medio del océano. No le vendría mal recordar esta historia a los funcionarios del gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Es sabido que el distrito porteño es el más rico del país, su producto bruto por habitante más que triplica al producto bruto por habitante promedio de toda la nación. Sus gobernantes disponen de un presupuesto mucho mayor que cualquier otro lugar de la patria, eso les ha permitido realizar en los últimos años una gran cantidad de obras inútiles o innecesarias con los dineros públicos, bastaría citar entre ellas las cintas rodantes a la salida de la estación Retiro en el Ferrocarril San Martín o el costoso túnel de la avenida Dorrego bajo las vías de este mismo ferrocarril que apenas unos años después fue sobre elevado (haciendo estéril la obra anterior) y hoy transita en las alturas a gran velocidad entre las estaciones de Paternal y Villa Crespo que luego de dos años siguen abandonadas. ¿Será fruto de la falta total de planificación urbana, de la devolución de gentilezas a los aportantes a la campaña política o de ambas razones al mismo tiempo?

El actual Jefe de gobierno de la ciudad, Horacio Rodríguez Larreta es reconocido por propios y ajenos como un hombre trabajador a diferencia de su antecesor, que se hiciera famoso por su excelencia para domar reposeras y por constituirse en el presidente que más días de vacaciones se tomó en la historia argentina. Además de su habilidad para el descanso el ex intendente Mauricio Macri, quien recibió un país desendeudado y en sólo cuatro años lo convirtió en el más comprometido del planeta en materia financiera, también se ha destacado por ser un experto chocador de calesitas. Es en esta destreza desgraciada en la que, pandemia e internas políticas de por medio, el Jefe de gobierno empieza a parecérsele cada vez con mayor nitidez. Durante los últimos 15 meses y pese a disponer de un presupuesto de más de 600 mil millones de pesos, las únicas medidas económicas que adoptó para socorrer a los porteños ante esta emergencia, han sido rebajas temporales en el cobro de ABL o ingresos brutos para los sectores gastronómico y hotelero, y recién ahora ampliadas a actividades culturales y deportivas. A su vez, ha implementado una suba de impuestos muy superior a la inflación y la creación de un nuevo gravamen a los consumos de tarjetas de crédito. ¡Impuestazo al consumo en medio de una pandemia!  Mientras que destina más de 4.000 millones  de pesos para la construcción de torres en Costa Salguero, 900 millones en encuestas, 1400 millones en el ex Tiro Federal o 3.500millones en arreglo de veredas que suelen estar en óptimo estado porque ya fueron arregladas en años anteriores, las cooperadoras de las escuelas públicas tienen que hacerse cargo de comprar los elementos e insumos de higiene para cumplir con el protocolo covid porque el gobierno no se los provee (como si se los ha provisto a algunas empresas privadas) y la mayoría de los docentes sigue sin vacunarse. En medio de este estado de situación, siendo el distrito más pudiente y el tercero con más contagiados por 100 mil habitantes (apenas detrás de Tierra del Fuego y Santa Cruz), con saturación de camas de internación en la mayoría de los hospitales públicos y privados de la ciudad y la segunda ola meciendo el iceberg en medio del invierno, el Jefe de gobierno decide continuar avanzando con las clases presenciales, a esta altura un evidente capricho de su ambición electoralista, poniendo en riesgo a miles de vidas innecesariamente. Quizá nadie se lo haya hecho notar, pero con su nuevo aspecto barbado, resulta muy parecido al Capitán Eduard Smith, el comandante del Titanic, ese que llevó a la muerte a buena parte de aquellos que estaban bajo su tutela. Como en aquella trágica noche, aquí y ahora tampoco hay salvavidas para todos.

Eduardo de la Serna