Hace 50 años, al actor español Alberto Closas, se le ocurrió decir: “Culo” y “Culito” mientras almorzaba en el programa televisivo de Mirta Legrand. La diva se escandalizó y lo retó frente a las cámaras, indignada por el lenguaje grosero, provocando una comidilla periodística que duró varios días. Por aquellos años, culo era considerada una mala palabra. Hoy, esa consideración ha cambiado en la sociedad, de tal manera que un Presidente de la Nación puede decir que está muy bien decirle en la calle a una mujer “Qué lindo culo tenés” y el cuestionamiento que surge no gira alrededor de la bondad o maldad del término, sino por considerar a tal acción denigratoria de la condición femenina. En estos tiempos en que culo y culito son expresiones cotidianas, han surgido nuevas malas palabras. Por ejemplo las palabras: “Estado” y “Política”, tanto que no sería de extrañar que si la famosa actriz de los almuerzos retorna a la conducción de su programa, en cuanto alguno de sus invitados utilice alguno de esos términos, lo levante en peso y le exija recato y pedido de disculpas. La mayoría de los diccionarios, para definir al Estado, hablan de la organización social y política que se dan las diferentes comunidades ¿Cómo es posible que este accionar conjunto en pos del bien común sea considerado algo negativo? El triunfo del discurso liberal individualista, meritocrático, ha calado hondo en nuestra sociedad. El paradigma capitalista del “Sálvese quien pueda” se regodea dentro de un sistema de vida que propone como modelo al individuo conectado a una red virtual, una comunidad de soledades con pantalla. Ante ese panorama no es de extrañar que cualquier cosa que nombre objetivos, territorios y bienes comunes pueda ser considerada una mala palabra. ¿Cómo lo han hecho? Simple; juntando Política y Estado con la palabra corrupción. Han repetido hasta el cansancio que estos 3 términos componen una asociación indivisible e irrecuperable. Como si ante cada hecho de corrupción en el Estado no hubiera una contraparte privada y ante cada hecho de corrupción política no hubiera una contraparte empresarial o financiera. Como si entre los privados no existiera y solo correspondiera a los funcionarios públicos. De esta manera, el mal está en lo común, no en lo individual. En lo público, no en lo privado. ¿Por qué han logrado éxito con su proclama? La falta de publicidad y transparencia en el destino de la recaudación impositiva y la carencia de autocrítica ante la falta de eficiencia en el uso de los dineros públicos, son algunas de las razones. Por otra parte hay una prédica constante de las clases altas en contra del pago de los impuestos que financian el accionar del Estado, y buena parte de la clase media los apoya, con cierta lógica, al ver que los sectores más acomodados son especialistas en evadir sus obligaciones o que los millonarios jueces de la Nación no pagan impuesto a las ganancias. La brecha entre ricos y pobres es cada vez más distante ¿Cómo se puede tener interés por la cosa pública, en una sociedad tan desigual? Es esa distancia la que hace que los sectores más postergados se sientan atraídos por la solución mágica, por el sálvese quien pueda, olvidándose que en esa instancia solo pueden los poderosos. La organización social y la política son las únicas herramientas con las que cuentan los humildes y desposeídos para sostener una lucha tan desigual. El poder económico va a propugnar siempre el individualismo por sobre la unión y el accionar colectivo: “Divide y reinarás”. En esta, la ciudad más rica del país, abundan los dirigentes liberales que cada vez que abren la boca intentan denostar al Estado y a la política. Cada vez que Macri, Milei, Bullrich, Espert o Larreta, hablan de la libertad lo hacen pensando en la libertad de ellos y sus amigos empresarios y financistas. A los pobres, como se sinceró Milei, les dejan “la libertad de morirse de hambre”. Así como culo y culito dejaron de ser consideradas malas palabras, es posible, si estamos atentos a la miserable intención de estos mensajes, que Estado y Política recobren algo del prestigio perdido, porque sin organización social y sin debate de ideas, sólo una minoría selecta tiene y tendrá derecho a disfrutar en la vida.
Eduardo de la Serna