El título de esta nota podría corresponderle a un texto que hable del influjo del comunismo en algún sector de la sociedad. Sería, en ese caso, un escrito casi de ciencia ficción, sobre algo escaso, prácticamente inexistente en el mundo de hoy y sobre todo en esta Argentina en la cual hablar sobre lo que nos es común es prácticamente una herejía y solo se estimula el sálvese quien pueda. El egoísmo como bandera de libertad. El contenido de esta editorial, habla de otro rojo, uno más cercano y concreto, el del club Independiente de Avellaneda y de la exótica manera que ha propuesto para salvarse de la quiebra económica: Colgarse de un influyente social (influencer) como de un salvavidas en medio de la tormenta. 

Según la Real Academia Española, la influencia tiene como a una de sus definiciones a la persona con poder o autoridad con cuya intervención se puede obtener una ventaja, favor o beneficio. A  Santiago Maratea, el personaje en cuestión, el poder parece haberle sido otorgado por las redes sociales y la autoridad, su comportamiento aparentemente honesto en el ejercicio de su trabajo colaborando con causas de bien público y privado. Él ha admitido que ha recibido diferentes beneficios por las gestiones que ha hecho con anterioridad y también espera recibirlo en este caso. Es decir que su trabajo no es desinteresado. El mismo deja en claro que no es un santo, sino un trabajador. Su trabajo es pedir para otros y de eso obtiene una ganancia. Alguien podría decir que ganar un millón de dólares por trabajar dos meses es un exceso, y claro que lo es, pero no es culpa de él sino del sistema capitalista en que vivimos, generador constante de injusticias. En un mundo donde tantos trabajan para el mal, que alguien trabaje de manera transparente para buenas causas, debería ser bien recibido. Pero el tema no es Maratea sí o no, sino nosotros, la sociedad en su conjunto y la manera en que nos interpela la actuación de este personaje público. 

La primera pregunta es obvia, teniendo Independiente 6 millones de hinchas y 100 mil socios ¿Por qué necesitan atarse a una figura salvadora, alguien ajeno al fútbol y la institución, para salvaguardar su existencia? Es muy difícil pensar que entre tanta gente no haya personas y grupos capaces de organizar una tarea de este tipo. El mundo fue y será una porquería, pero no tanto ¿Será consecuencia de la ola de individualismo que nos asola, que ya no somos capaces de juntarnos por una buena causa? ¿Será fruto de la prédica constante de Hollywood ensalzando el heroísmo individual e ignorando las gestas comunitarias, que necesitaron recurrir a un “extraterrestre” para organizarse? Lo sucedido nos pone otra vez ante la dicotomía ¿Voluntarismo u organización social? Y la respuesta es siempre la misma, la buena voluntad es positiva pero sin una organización social que la respalde es pan de hoy y hambre de mañana, ya que actúa sobre las consecuencias y no sobre las causas que originaron ese problema, distorsión o injusticia. Es cambiar algo para que nada cambie. No es el accionar mágico o individual el que va a conseguir un mundo mejor, sino la gestación de un entramado comunitario. Maratea consiguió 2 millones de dólares para que Emma pudiera ser atendida con el remedio más caro del mundo, y eso estuvo muy bien pero hoy sigue habiendo miles de personas que mueren porque no pueden acceder a esa medicación. Lo que deberíamos preguntarnos como sociedad es ¿Cómo permitimos que un remedio cueste 2 millones de dólares? ¿Qué hacemos o deberíamos hacer para que eso no ocurra? Por último quedan otras preguntas que dispara la irrupción del influyente. El trabajo de Maratea es pedir, recibe un beneficio por ello, como las jóvenes que nos llaman por teléfono en nombre de UNICEF o la Fundación de lucha contra el cáncer. La inmensa mayoría de la sociedad parece aceptarlos e incluso en algunos casos, reverenciarlos. Es muy difícil que alguien diga: “¡Vayan a trabajar en lugar de pedir!”, sin embargo esa frase es escuchada hasta el hartazgo cuando la que pide es una persona humilde, desamparada, indigente ¿Es tan difícil entender que pasarse horas y horas en la calle pidiendo dinero, ropa, comida es un trabajo también? Un trabajo durísimo, mucho más duro que el que tenemos la mayoría ¿Será que para pedir hay que tener ojitos azules y haber nacido en San Isidro?

Eduardo de la Serna