Las especies que habitan este planeta tienen un promedio de vida de 5 millones de años. Los seres humanos llevamos apenas 300 mil años de existencia, es decir que recién dentro de 4 millones 700 mil años podremos saber si nuestra existencia como especie tiene alguna relevancia. Todo parece indicar que eso no sucederá, pese a ser hoy la especie dominante en este mundo. La capacidad de generar comunidades es la gran herramienta de las especies que logran sobrevivir y perdurar en el tiempo, lamentablemente no parece ser esa una característica que nos destaque, más bien podríamos afirmar que poseemos un débil sentido comunitario. La pandemia reciente no ha hecho más que acentuar esta debilidad. Llegamos al mundo como los reyes de la creación, pero cada día que pasa nos volvemos más dependientes de la tecnología, más cómodos, más egoístas, más intolerantes, y por lo tanto; más vulnerables como especie. Caminamos más rápido hacia nuestra extinción. Hoy triunfan las ideas que desdeñan la organización social. Hablar de lo que es común se ha convertido casi en una blasfemia en buena parte del planeta. Nuestro país, es un claro ejemplo de ello. Soy una persona que siempre ha estado interesada en la política pese a que nunca ha tenido militancia partidaria, aun así me puedo sentir incluido dentro de lo que; tomado en un amplio sentido, se entiende como ideario socialista. Esto se debe en primer lugar (me doy cuenta al mirar estas estadísticas biológicas) a que me interesa la supervivencia de la especie humana y por lo tanto pensar en qué tipo de estructura social puede ser la mejor para lograr ese cometido. Como esa supervivencia nos involucra a todos y tiene como objetivo el bien común y no sólo el de un sector minoritario, aparece también acompañada de un criterio de justicia que pueda permitir que eso ocurra, una lógica preocupación por los derechos de todos los seres humanos. Por pensar de esta manera, el candidato a presidente de La Libertad Avanza nos tilda de basuras, de excrementos humanos, a todas aquellas personas que pensamos en términos comunitarios. Más allá de la violencia verbal, de la amenaza, hay en estos dichos una clara incitación a la violencia física. De la mierda hay que deshacerse porque puede ser contaminante, se la tira al río o se la entierra ¿Eso es lo que piensa hacer con nosotros? No es una idea nueva, durante la dictadura militar se asesinaron y enterraron a miles de personas en fosas comunes clandestinas, se arrojaron desde aviones a miles de personas vivas para que sus cadáveres desaparecieran. No es de extrañar, entonces, que su candidata a vicepresidenta sea la vocera de todos aquellos que torturaron, asesinaron y robaron bebes (además de casas, autos y empresas) durante la dictadura militar. La cruzada negacionista de Milei y Villarroel, no se remite sólo a negar los crímenes cometidos por los genocidas del proceso militar, abarca también el desastre ambiental que está produciendo el cambio climático y que pone en peligro la supervivencia de todos los seres vivos sobre la tierra. Adoradores del “sálvese quien pueda”; se llenan la boca hablando de libertad pero aborrecen la libertad de expresión, insultan a los gritos a periodistas argentinos que les repreguntan pero se muestran como gatitos sumisos ante el periodismo extranjero que los auspicia. Sólo piensan en la libertad para hacer negocios, creen que todo se compra o se vende; los niños, los órganos, los ríos, los lagos, los cargos, los títulos, los jueces. Hablan de la casta de los políticos pero se postulan nuevamente para ejercer cargos públicos y cobrar sueldos y jubilaciones de las arcas del estado. Ese estado al que, falsamente, amenazan con suprimir pero al que sólo reconvertirán porque les resulta indispensable para sus fines. Cambiarán el estado que educa, que cura, que asiste socialmente, que genera adelantos científicos y promueve la cultura argentina, que intenta tener control sobre los recursos naturales del país por un estado que sólo se dedique a dilapidar el patrimonio argentino y reprimir a quien se oponga. Un estado monstruo, terrorista, un estado que se deshaga de los que opinan diferente, de los jubilados, de los trabajadores disconformes con las condiciones de trabajo, de los desocupados. Un estado que esté sólo al servicio de 50 vivos argentinos y extranjeros que se quedarán con la riqueza de todo un país. Una casta a la que no le importa prenderles fuego a todos con tal de salvarse. En estas elecciones está en juego la supervivencia de la inmensa mayoría de los argentinos, no sólo de los que pensamos con espíritu comunitario. Ojalá sepamos elegir.
Eduardo de la Serna