Una sala de cine es un lugar hermoso, y más si viene acompañada de historia. Hace algunos años se vienen cerrando pantallas míticas para convertirlas en tiendas de ropa o en monumentales farmacias.

Los imponentes cines y teatro de barrio supieron tener su momento de gloria entre 1920 y 1990. Cada función abarcaba tres películas en continuado y los artistas barriales tenían su lugar entre película y película para hacer entretenidas actuaciones en vivo. Desde entonces, el consumo desenfrenado los convirtió en típicos locales de ropa o en cadenas de farmacias donde uno puede comprar desde un termómetro a un alfajor light con la cara de Messi. Los grandes complejos fueron ganando terreno condenando al olvido a los célebres santuarios que albergaban la gran pantalla y transformando la experiencia cinematográfica en un colchón de pochoclos.

En el 2011 cerró el ex Cine Atlas y en el 2015 su sede de la avenida Santa Fe donde funcionó desde 1986. “Era un clásico del viernes a la noche, caminar desde Pueyrredón y Beruti hasta acá, mirar una película en esa sala preciosa, salir, tomar un café y volver a casa”, recuerda un vecino del barrio, que se niega a visitar los grandes complejos cinematográficos de los shoppings. “Son fríos, sin personalidad, con un olor a comida que espanta”, se queja.

El Select Lavalle, el Paramount, el Alfa o el Ocean fueron los fantásticos cines de la peatonal Lavalle que también se transformaron en espacios comerciales o en iglesias universales. El Monumental, en Lavalle al 700, es hoy el único que sigue en pie en la peatonal dando la pelea cultural e intentado sobrevivir.


La movida cinéfila también tuvo su espacio en la esquina de Callao y Santa Fe. El cine América inaugurado en 1968, en Callao 1057, proyectó su última película comercial, “Lugares comunes”, de Adolfo Aristarain en el año 2002. Una empresa chilena compró el edificio en su momento para armar una gran tienda al estilo americano pero la idea no prosperó y el lugar estuvo abandonado hasta hace poco, cuando fue demolido sin dejar rastros de su pasado. Ahora se construirán oficinas y departamentos “Premium” que formarán uno de los emprendimientos más grandes de la zona de Recoleta. Parece un chiste de Quino pero es real.

Max Glucksman construyó en 1919 un gran cine-teatro sobre los cimientos del viejo Teatro Nacional Norte. Lo llamó Gran Splendid que es hoy una de las librerías más grandes del país. Supo mantener la estructura de cine y teatro que sirvió de escenarios a artistas de toda talla, incluido Carlos Gardel y Corsini y fue testigo de innumerables historias. Por lo menos se sigue respirando cultura entre sus paredes.

El cine unía la actividad cultural de los barrios y era un punto de encuentro de muchos vecinos. Los anecdóticos lamentan haber perdido estructuras icónicas que formaron parte de la cultura nacional y que hoy solo sirven a los intereses banales. Pero tenemos que recordar para torcer el rumbo y no dejar en el olvido tantas historias, llantos y risas. ¡Viva el cine!