El arte en general y el teatro en particular se alimentan de una ruptura constante. Este sentido experimental, el mismo que, con diferente formato, nutre el espíritu científico, es lo que ha permitido la evolución de la expresión humana. En el mismo año en que los porteños pudimos ver en el Teatro Cervantes una serie de puestas audaces de la obra de Shakespeare, el Teatro San Martín ha debido bajar una obra de Becket tras recibir una insólita presión discriminatoria.
Durante el siglo XVI, mientras reinó Isabel I en Inglaterra las mujeres tenían prohibido subir al escenario y actuar. La prohibición se fundaba en la necesidad de guardar decoro que se imponía a las mujeres en una época en que la actuación no contaba con el respeto social que hoy cuenta. Paradojicamente, el poder lo ostentaba una reina, pero en sus dominios,el ámbito mujeril estaba restringido a la vida hogareña o los conventos. Los personajes femeninos eran representados, en general, por muchachos jóvenes que todavía no cambiaban su voz.
Con la caída de Isabel y de la monarquía la situación empeoró, ya que se prohibieron las representaciones teatrales y recién luego de la restauración monárquica, en 1662, durante el reinado de Carlos II, se permitió actuar a las mujeres. Fue un proceso lento, que incluso llegó a incluir un pago adicional por verlas vestirse para entrar en escena.
Pasaron 5 siglos y el mundo no parece haber cambiado tanto. En pleno auge del empoderamiento femenino, el Teatro General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires ha debido cancelar la presentación de “Esperando a Godot”, una obra emblemática del teatro del absurdo, porque los poseedores de los derechos del autor irlandés Samuel Beckett han negado la autorización para la puesta prevista aduciendo que la misma incluía a dos actrices, Analía Couceyro e Ivana Zacharski, para asumir los papeles de Lucky y el muchacho.
Esta prohibición tomó por sorpresa a la cúpula del Complejo Teatral de Buenos Aires, quienes calificaron la decisión como anacrónica, absurda y anti artística, y luego de fracasar en todas las negociaciones para que los poseedores de los derechos cambiaran su opinión, decidieron no aceptar la exigencia misógina que le pretendían imponer, y dieron de baja la presentación de la obra que debía comenzar en la Sala Martín Coronado a partir del 22 de septiembre.
Si bien es bueno destacar la actitud de los funcionarios que se negaron a avalar una visión discriminatoria y retrograda de concebir el arte, también hay que decir, como Diego Maradona, que “Se les escapó la tortuga” ya que la insólita exigencia los tomó con la obra en estado avanzado de realización, los contratos firmados y buena parte de los gastos realizados.¿No hubiera sido lógico comenzar el proceso asegurándose los derechos de la obra? Quizá el exceso de confianza se debió a que en 1996 ya se había presentado en los escenarios porteños una versión de la obra con elenco mixto.
El texto coloca a la esperanza en un lugar inasible y se centra en dos indigentes Vladimiro y Estragón que esperan a un tal Godot, un personaje que nunca llega. La versión de Leonor Manso que ubica, quizá sin demasiada sutileza, a las mujeres en el lugar de los personajes oprimidos, no podrá ser vista por ahora. Aunque a lo largo del tiempo, los porteños vivimos muchas veces la historia de Godot: Desde los marinos de Pedro de Mendoza que esperaron en vano un barco que llegara a sacarlos del hambre, hasta los brotes verdes, pasando por el avión negro y el general Alais ¿Y si Godot fuera una mujer? ¿Y si la esperanza tuviera forma femenina? ¿Y si quienes manejan los derechos de Beckett fuesen mujeres?